Una hermosa mañana de sábado, el teniente de policía Artemio Cruz hace su ronda y alcanza a ver, desde cien metros de distancia, una camioneta sospechosa estacionada en medio del camellón; puede verla con gran claridad porque en todo el camellón hay tres árboles, solamente uno de los cuales se interpone en su línea de vista. Aminora la velocidad y analiza el vehículo, evaluando el grado de sospecha a que se hace acreedor: de color gris, venía de en dirección contraria porque tiene el frente hacia la patrulla, las luces están encendidas y también las intermitentes… no parece un asalto ni que trate de pasar desapercibida… tampoco le están cambiando una llanta … ¿abandonada? Sería mucha suerte, la camioneta se ve en buen estado…

En medio de estas meditaciones la patrulla ha llegado junto al vehículo sospechoso, y Artemio se detiene cuando ve venir a un hombre caminando sobre el camellón con un objeto voluminoso en su mano izquierda; desecha la idea de que sea una piedra porque la sujeta desde arriba, e inmediatamente sospecha de algún objeto ilícito, porque de otra manera ¿qué explicación puede haber de un ciudadano caminando en medio del camellón? Finalmente ni una ni otra, es un bote de plástico que lo lleva zarandeando al viento. El policía siente un principio de frustración por no haber podido adivinar –ni siquiera deducir- qué era ese objeto, y pregunta con cierto mal humor:

-¿De quién es esta camioneta?

-Pues mía. Estoy regando los árboles, ¿no lo ve? –y el ciudadano levanta el bote vacío, sacudiéndolo a un lado y al otro.

-¿Regando los árboles? Señor, eso no le corresponde a usted, es cosa del Municipio.

-Será como usted me informa, señor policía –el ciudadano no ha tenido la prudencia de ver la graduación del oficial Artemio Cruz-, pero fíjese, estos árboles ya están muertos, y el de más allá está a punto de secarse.

-De todas maneras, usted está estacionado en un lugar prohibido. Y además, está usurpando las funciones del Municipio. ¿Qué hace aquí?

El ciudadano empieza a impacientarse, porque esperaba que el policía se bajara de su patrulla y lo ayudara; en lugar de este gesto de solidaridad con la Naturaleza, encuentra que el policía se apega al Reglamento de Tránsito, a la Misión, Visión y Valores del Municipio, al ejercicio absoluto del poder, y contesta agresivamente.

-Ya le dije lo que estoy haciendo aquí, regando los árboles. ¿Qué quiere que haga? ¿Me espero a que se sequen mientras vienen los del Municipio a regarlos?

-Estacione su camioneta allá en la orilla y camine hasta el camellón con su bote de agua, eso es lo que tiene que hacer.

-¿Quiere que venga cargando con un bote de veinte litros, desde la orilla de la lateral, subirme al talud y torear los coches para que no me atropellen? ¿No ve que el bote está muy grande?

-¿Usted cree que yo no he trabajado? –quizá el subconsciente traiciona al oficial-, yo también sé lo que es cargar esos botes.

Los vehículos que pasan a un lado y otro del camellón aminoran la velocidad cuando están junto a ellos, curiosos por saber el motivo de la discusión. Avanzan cada vez más lentamente hasta que terminan por detenerse. Detrás de ellos, otros coches empiezan a tocar las bocinas presionando para que avancen. Artemio Cruz ve que el asunto se le ha complicado y quiere terminarlo ya.

-Señor, simplemente usted está violando el reglamento de tránsito, no debería estar aquí.

-Ya sé que no debería, pero también sé que estos árboles no tienen agua. O dígame: ¿a usted no le interesan los árboles?

-No me hable de esta manera, porque en el pedir está el dar. ¿Quiere que le hable a la grúa para que se lleve su camioneta?

-Pues hágale como usted quiera, oficial – contesta el ciudadano, en tono agresivo.

Artemio se decide por fin a bajar de la patrulla, sin libreta de multas en la mano porque no es de tránsito, pero la seriedad del asunto requiere su presencia física en el lugar de los hechos. El público espectador empieza a increpar a los dos.

-Váyanse a platicar a otro lado.

-¿Me prestan un pedacito de su calle?

-¿No hallaron algo mejor qué hacer?

-A la mejor les estorbamos, ¿quieren que nos quitemos de aquí?

Artemio siente que todo el honor del Departamento de Policía recae sobre sus hombros, y ha preparado a conciencia su argumento.

-Señor, voy a tener que llamar a la grúa porque usted está estacionado en área verde… -y en ese momento se da cuenta que ha dado un paso en falso.

-¿Área verde? ¡Ojalá fuera así! Dígame usted, señor policía, ¿dónde encuentra usted lo verde en este camellón?

Los espectadores han visto bastante; cada quien oyó lo que pudo o al menos lo suficiente para tomar partido. Del lado de la patrulla lo animan a que muestre su autoridad:

-¿Qué esperas? Ponle su multa y ya.

-Háblale a la grúa y que se lo lleve al corralón.

-Seguramente se cree influyente, cárgatelo al bote.

-Ese tipo parece sospechoso… ¿no estará enterrando un cadáver?

Pero del lado del ciudadano se solidarizan con él:

-Haz valer tus derechos.

-¿Estás regando los árboles y la policía quiere multarte? ¡Para eso me gustaban…!

-Voy a llamar ahora mismo a Derechos Humanos para que te protejan… no, es sábado… sin falta el lunes les hablo y te sacan del bote.

-Tú puedes, no te dejes de un policía abusivo.

Don Artemio Cruz no sabe qué hacer, ya que en la Comandancia les han dado consigna de mano dura con la delincuencia pero extrema cortesía con los ciudadanos y no está seguro cómo catalogar al sujeto que tiene enfrente; en particular no sabe si lo que hace es vandalismo en su modalidad de ataque a las vías de comunicación, o colaboración con el Municipio. Cuenta con refuerzos inesperados y desconocidos detrás, pero también con una turba enardecida al otro lado del camellón –así lo contará más adelante, cuando redacte su informe-, y con un único enemigo, no identificado, enfrente de él; es posible que sea un espía de sus superiores o peor aún, que se trate de un periodista. Sopesa el riesgo de seguir adelante en la administración de la justicia cuando siente un piquete en la pantorrilla izquierda, e inmediatamente después muchos más piquetes en ambas piernas. Se había parado sobre un hormiguero de hormigas arrieras, quienes se han solidarizado con el ciudadano porque él les mantiene vivos algunos árboles y un poco de pasto en esta época de secas. Artemio se levanta el pantalón sobre los calcetines, ve los puntos rojos corriendo encima de sus zapatos y sus piernas, y da manotazos para espantarlas.

-Mejor quítese de ahí, si no, lo van a picar muchas más–le aconseja el ciudadano.

Artemio se sube a su patrulla, enciende la sirena para informar que la emergencia ha terminado, y arranca con rapidez y rumbo desconocido. El ciudadano se queda con varios argumentos sin utilizar. Los espectadores de ambos lados se alejan suspirando con desilusión, el pleito terminó demasiado rápido.

16.1.2013