Un viudo que poseía tierras en la provincia de Xiang tenía que enviar todos los días a un criado para que trajera agua en cubetas; la casa era grande y el río alejado, haciendo que el criado ocupara su jornada completa cargando agua. Un día el viudo viajó, conoció en otro lugar un pozo artesiano, y viendo que su propia casa estaba asentada en un terreno bajo, decidió a su regreso cavar un pozo así. Le produjo suficiente agua, y ya no tenía necesidad de ocupar a aquel siervo en acarrear agua del río; satisfecho, comentó a un vecino:

-He ganado un hombre.

El vecino estaba enterado a medias de las razones del viudo para hablar así, e interpretó a su manera. Más adelante, comentó en su propia casa:

-El viudo encontró un hombre en el pozo que acaba de hacer.

Lo escucharon los hijos y criados, y cada quien divulgó la historia como la entendió. Uno dijo que había encontrado un cadáver, otro que volvió a la vida al cadáver, un tercero decidió acercarse para observar a la servidumbre del viudo, y no encontrando a ningún criado nuevo, declaró que no había encontrado ningún rostro nuevo, sino que había matado a aquel criado que iba todos los días a traer agua al río.

La fama del viudo creció, también sus hazañas: había envenenado a muchos hombres y los enterró a todos en un pozo; nada más debía una muerte, pero ésta era atroz: la de su propia mujer; arrepentido de perder a la mujer, invocó a los espíritus y cavó un pozo para encontrarla.

La historia llegó a oídos del Emperador, quien se alarmó y mandó traer al viudo, que también conocía lo que se decía de él y se presentó junto con el criado que iba a traer el agua. La explicación fue simple, pero contundente; llegó armada del brazo de la prueba: el criado, quien postrado juró que nadie había muerto y que él era ocupado ahora en otras tareas.

El Emperador pensó en ejercer un castigo, pero eran demasiados culpables: casi toda la provincia. Vivía aburrido en su palacio, rodeado por aduladores sin imaginación; la noticia del viudo lo había distraído. Ordenó que lo regresaran a su casa, pero que vigilaran si aparecía la esposa muerta.

Fuente:
Leí la mitad de esta historia en 101 cuentos clásicos de la China, recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle.


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