La lectura inmediata del resultado en las pasadas elecciones puede ser alentadora, de que el pueblo es sabio; eso nos dicen todas las votaciones que perdieron los partidos en el poder en cada Estado, como Aguascalientes: los que están en el poder no nos tienen suficientemente contentos como para que votemos por ellos, o bien sus candidatos no nos convencieron.
Hay otra lectura más inmediata y más importante, dada por el abstencionismo, que en todos los estados tuvo un porcentaje más alto que el ganador; dicho de otra manera, quien ganó las elecciones pasadas fue el gran ausente, el que no votó y con esa ausencia resta legitimidad al proceso. La Ley dice que blablablá y por lo tanto los ganadores son Fulano y Zutano, de acuerdo; ahora bien, en las cuentas que se publican también se dice cuántas personas dejaron de votar y ahí se lee un voto de castigo contra el proceso en su conjunto: los candidatos + los partidos políticos + las campañas + la Ley Electoral con su formalista concepto de Democracia.
El abstencionismo es fruto del hartazgo que tenemos los ciudadanos de a pie (los que no pertenecemos a ningún partido) contra el quehacer de los políticos. Nos contestan los políticos “ustedes tienen la culpa; participen y las cosas cambiarán”, lo cual es cierto, pero es tan cierto como la posibilidad de convencer a un adolescente que no necesita un smartphone: efectivamente, para que hable con su familia y pida a su mamá que vaya por él a la escuela basta con un miserable celular de hace 8 años, pero ponga a la mamá a convencer al hijo y verá el resultado.
El abstencionismo también es fruto de la pobreza en la oferta electoral que nos proporcionan los partidos políticos: en general hay para elegir entre el malo, el peor, el pésimo y el que nomás es malo pero con agravantes. Me sorprendió la noticia de que en Zacatecas ganó un candidato independiente la alcaldía en General Enrique Estrada; no me sorprendió que el PRI dijera que no estaba de acuerdo y que impugnaría. Permitir las candidaturas independientes significa eliminar el monopolio que han ejercido los partidos políticos a los puestos de elección popular, y eso es bueno porque de entrada cualquier monopolio es malo, a reserva de empeorarlo. Leí que en mi pueblo ya van a discutir ese asunto en el Congreso, espero que las Autoridades tengan la apertura suficiente para aceptar que ya que mi Estado es modelo en muchos aspectos, la población tiene derecho a votar por quien quiera y no forzosamente por los candidatos de partidos políticos.
El abstencionismo es fruto de la falta de confianza que tenemos en este engendro que se llama democracia mexicana. Nuestro dicho reza “dicen que la mula no era arisca…” y a pesar de todas las encuestas oficiales y los desplegados y noticias publicados por las oficinas de comunicación social en todos los estados, el pueblo ha dicho ahora de una manera contundente que ni con ese desplegado mediático creemos que estamos tan bien como lo dicen.
El abstencionismo tiene dos consecuencias, igual de malas: primera, quienes ganaron llegan al poder sin una base amplia de sustentación; podrán decir que ganaron las elecciones, pero no podrán decir que el pueblo los eligió, porque asistió a votar la mitad, y de esa mitad les favorecieron, a lo más, la mitad. En números y haciendo una generalización, los que ganaron llegan con un 20% ó 25% de la población que los apoyó, que son números muy bajos. La otra consecuencia es que los abstencionistas no van a dar seguimiento a las promesas de los ganadores: ni siquiera sacudieron la modorra para dedicar dos horas de un domingo para ir a votar, mucho menos van a estar al pendiente de lo que haga el ganador o deje de hacer durante los años de su gestión.
Y esto puede empeorar las cosas o puede ser una llamada de atención a los que piensan y se quieren preocupar activamente por el bienestar de nuestro país. Los que ganaron pueden sentirse presionados a realizar un mejor papel y convencer a la ciudadanía de que están ahí porque efectivamente son una opción adecuada; los ciudadanos podemos mantenernos enterados, y en su momento señalar y hacer presión para corregir desviaciones en la acción de los gobernantes.
Y parece que ya tendremos la tercera vía, el milagro de la democracia mexicana: que sean válidas las candidaturas independientes, que pueda ganar cualquier ciudadano e inclusive que les reembolsen los gastos de campaña. Del dicho al hecho hay mucho trecho, pero están sucediendo milagros en el país, como éste y las lluvias intensas que hoy visten de verde nuestro campo.

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