1-La democracia no es gratis.

Cuentan que Arsenio Farell Cubillas, cuando estaba a cargo de la Secretaría del Trabajo y tenía que arbitrar una disputa entre patrón y empleados, reunía en un salón a los representantes de las partes en conflicto, le servía café y galletas en abundancia, y los encerraba. Al despedirse les decía: “Discutan y lleguen a un acuerdo. El primero que abandone la reunión antes del acuerdo, pierde.” Ante el árbitro supremo de esa clase de problemas, las partes en conflicto no tenían otra opción que sentarse a negociar, aunque les tardara días, porque la alternativa de boicotear la reunión y salirse era equivalente a perder el pleito.

En la democracia, igual que en las diferencias obrero-patronales, existen partes en conflicto: izquierda y derecha, arriba, abajo y extremo centro; cualquier político y todos los partidos predican su versión de la verdad y ponen los ojos en blanco al narrar la epifanía que tuvieron cuando se les apareció Dios y les dijo cómo salvar a México. Con la democracia es peor que entre patrones y empleados, porque puede haber más de dos partes y ese elusivo concepto que es el progreso de México se pierde más aún entre tantas versiones posibles, actualmente tres: PAN, PRI, PRD. Hace algunos años leí un artículo donde se alababa la división de las fuerzas políticas en tres partidos, en oposición a los dos tradicionales de otros países como EEUU e inclusive de México en tiempos anteriores, PRI vs. el resto del mundo. El argumento era un arrebato místico que alababa las virtudes de la disensión y la pluralidad, exaltando el valor de la mayor diversidad de las ideas y buenas propuestas que se generarían para el país por tres partidos en vez de dos. Probablemente el autor no era mexicano (o no estaba casado) y no se había enterado de que junto al valor intrínseco de tener muchas ideas disponibles en vez de pocas estaba el riesgo de no ponerse de acuerdo, situación que alcanza un máximo histórico en el matrimonio y en la política mexicana, todavía no se sabe quién es el ganador. El artículo era hace unos veinte años, cuando el PRI todavía gobernaba solo y el futuro de nuestra democracia era incierto; años después, ya que otros partidos consiguieron la oportunidad de gobernar y de legislar, la experiencia acumulada nos enseñó que en este hermoso país las diferencias de opiniones conducen mucho más frecuentemente al enfrentamiento, al ataque y a la descalificación en vez de a un acuerdo enriquecedor; en suma: a no resolver el problema. No tiene caso hablar de las zancadillas que los legisladores de los diferentes partidos se pusieron para evitar que acuerdos que urgentemente necesita el país (en lo laboral, penal, educación, racionalización del gasto público, etc.); tampoco hay que coleccionar para la infamia fotografías de gobernadores que recibían sonrientes al ex presidente Calderón y cuando se iba volvían a gobernar su estado como les daba la gana. El punto es que hasta el mes de noviembre pasado se valoró más en la política mexicana cerrar filas en torno al propio partido que abrir las filas para que ahí cupiera también el país.

La democracia, como la mayoría de las cosas en la vida, nos da y nos exige: en su caso nos da la oportunidad de disentir pero nos exige el acuerdo; la disensión pura, la libertad de cada individuo y de cada partido de predicar su verdad y luchar por ella, se convierte en anarquía cuando las partes en conflicto –todo México, porque cada cabeza es un mundo- se aferran a su propia libertad y se niegan a discutir, negociar y acordar. Dicho de otra manera, la democracia nos cobra el valor de la libertad de tener nuestras propias ideas, expresarlas en público y luchar por ellas, y el precio de esta libertad es la necesidad de dialogar con los que no piensan como uno –es decir, todos los demás- y construir acuerdos. Hasta el mes anterior, noviembre de 2012, nuestros representantes populares se habían negado sistemáticamente a pagar ese precio; este es el valor principal del acuerdo al que llegaron el 2 de diciembre, cuando los tres partidos políticos principales y el Presidente firmaron el Pacto por México.

2-Algunos acuerdos.

El documento está agrupado en cinco partes: 1) Sociedad de derechos y libertades, 2) Crecimiento económico, empleo y competitividad, 3) Seguridad y Justicia, 4) Transparencia, Rendición de Cuentas y Combate a la Corrupción, 5) Gobernabilidad democrática. Yo hubiera puesto al final “derechos y libertades” por dos razones: uno, no le veo el caso a hablar de libertad si no hay trabajo ni justicia, si la corrupción es rampante; dos, ponerla en primer lugar me parece una posición paternalista y que pone al pueblo en una posición de sumisión, de esperar la solución de sus problemas de manos de las autoridades, cuando el pueblo mismo debe luchar y participar; creo que esta situación (poner primero los derechos y libertades) se semejante al concepto de democracia sin obligaciones que casi todo mundo tiene: reclamamos el derecho a votar pero consideramos que las obligaciones son de los políticos nada más. Sin embargo, mi objeción no es importante en este caso; lo que cuenta es que todos firmaron y que efectivamente, en cada una de esas cinco partes del Pacto se mencionan puntos que son de urgente atención para el país.

Mi favorito es la educación; he escrito ya muchas veces que este es el problema de fondo en México, y me da gusto que los partidos suscribieron temas importantes como la necesidad de crear el servicio profesional docente, para que el progreso económico de los maestros sea consecuencia de su evaluación y su desempeño (como maestros, no como sindicalizados); junto con este acuerdo, el Presidente está enviando señales de que pretende tomar medidas contra el problema número uno en el contexto de la educación en México, a saber el SNTE y su líder vitalicia, antes de que el sindicato tome el acuerdo de reservarle a Esther Gordillo el puesto que tiene para su siguiente encarnación (algo más que vitalicio: trans-encarnacional). También es extraordinariamente importante que se le pusieron números a la inversión en Ciencia (1% del PIB), porque el futuro del mundo estará cada vez más basado en los avances científicos y tecnológicos; menciono un ejemplo: tarde o temprano habrá necesidad de desalinizar el agua de mar para conseguir agua potable en las regiones de México que no están favorecidas por la Naturaleza con lluvias, ríos o lagos, es decir, más de la mitad del país.

Con respecto a economía tenemos la decisión de invertir más en obras que beneficien a la población, reducir y transparentar el gasto en partidos políticos, y controlar el endeudamiento de los estados.

En apertura económica está la intención de ampliar la competencia en telefonía, radio y televisión. Me sorprende esta medida dado el antecedente del apoyo que las televisoras grandes dieron al Presidente en su campaña, pero ya firmó él y ahora le podremos exigir que cumpla lo que ofreció.

Los acuerdos relacionados con Justicia son desgraciadamente de tipo muy general; quizá no puede hacerse de otra manera, porque Justicia no es un concepto que se mida en dinero ni se vaya a resolver poniendo un hasta aquí a un sindicato. Es posible, conjeturo, que la injusticia y la inseguridad que padece el país se deba empezar a resolver construyendo acuerdos entre el Presidente y los gobernadores, para que cada gobernador ponga orden en su propia casa, como está sucediendo en Aguascalientes.

3-Exigir.

Hasta el día de hoy, las noticias son predominantemente buenas en este sexenio que empieza; la mejor noticia, insisto, es que el Presidente y los partidos políticos llegaron a acuerdos en temas de primera importancia.

Lo que sigue es ver si de veras cumplen. Afortunadamente muchos de los acuerdos firmados son muy concretos, no son viajes de éxtasis (o mariguana) como “arriba y adelante”, “la solución somos todos”, ni consignas muy puntuales y muy efímeras como “hoy, hoy, hoy”; estamos hablando de compromisos firmados por el Ejecutivo y los representantes populares, que todos los mexicanos deberíamos tener disponibles y a la vista, aunque sea en facebook, para que después de un año o dos llamemos a cuentas a esos signatarios y les preguntemos qué ha pasado con los acuerdos (publicaré esos acuerdos en mi sitio, para que los podamos revisar después). No sea que después de un año todos los que firmaron tengan una cara parecida a la que puso Jesús Zambrano (del PRD), cuando salió retratado junto al Presidente y a los otros representantes, con una expresión de incomodidad y quizá hasta de vergüenza.

Como sugerencia al Presidente para el caso de que los legisladores decidan olvidar que firmaron acuerdos y con cualquier pretexto empantanen la elaboración de las leyes correspondientes, me permito mencionar recurso de Aresenio Farell (©): que encierre a los legisladores en sus recintos a dieta de café y galletas y los ponga a negociar acuerdos; ese es el precio de la democracia, y si los legisladores no lo quieren pagar, no merecen el puesto.

Olvidé comentar que un acuerdo que no tiene fechas de ejecución está cerca de la letra muerta. Espero que pronto le pongan fecha a ese catálogo de buenas intenciones. A usted y a mí nos corresponderá exigir.


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