Vi hace unos días la película Lincoln de Steven Spielberg, que narra los últimos meses de la vida del Presidente, cuando tuvo que luchar contra los congresistas para poder aprobar la 13ª Enmienda, que abolía la esclavitud. La película presenta una imagen íntima de Lincoln: sujeto a dudas, presiones, problemas familiares y a la enorme dificultad de unir en torno a suyo, ya sin el motivo de una guerra, a los congresistas para acabar con la esclavitud. La imagen de Lincoln, el hombre, es enormemente atractiva: su humor, sus tristezas, su soledad, con una actuación fuera de serie de Daniel Day-Lewis, uno de los mejores actores del momento, al que seguramente le otorgarán el Oscar. Recomiendo ampliamente la película, al grado tal que aproveché los puntos de reflexión que me proporcionó para armar este artículo, mi homenaje personal a Lincoln.

En los Estados Unidos hay mucha gente que considera a Lincoln el mejor de sus presidentes y el más grande de los norteamericanos; creo que están en lo correcto, porque en el aspecto político es gracias a él que se conservó la unión entre Norte y Sur, y porque dio los pasos decisivos, tanto en el aspecto legal, como político y hasta militar, para terminar con la esclavitud en su país. Murió pocos días después de que las fuerzas Confederadas se rindieran ante las de la Unión, el 9 de abril de 1865; la muerte injusta le quitó el gozar las mieles del triunfo, la muerte sabia lo protegió y no dejó que se ensuciara o que fracasara en las tareas de la Reconstrucción, en las que su Comandante Ulysses S. Grant se vio envuelto años después cuando fue presidente; su período está considerado como uno de los que más corrupción han tenido en toda la historia del país.

En los años de la Independencia, cuando las trece colonias buscaban separarse de Inglaterra y crear una nueva nación, el concepto de libertad tenía la mayor importancia; fue la convicción de aquellos colonos de que eran hombre libres y que tenían derecho a decidir su propio destino lo que quedó adecuadamente plasmado en la Declaración de Independencia, preparada con esmero y elocuencia por Thomas Jefferson:

Consideramos estas verdades como evidentes, que todos los hombres son creados iguales, que ellos han sido proveídos por su Creador con ciertos derechos inalienables, entre ellos la Vida, la Libertad y la búsqueda de Felicidad.

País de blancos en 1776, esas palabras parecieron perfectamente adecuadas para representar el sentir de los colonos, y los delegados reunidos en Pennsylvania el 4 de julio de 1776 firmaron la Declaración, promulgando su Independencia y la creación de los Estados Unidos. Unos pocos años después, las cosas habían cambiado porque los estados del Sur, aprovechando el clima más cálido, centraron su vida económica en la explotación de plantaciones de algodón y tabaco, mientras que los del Norte se hacían industriales, comerciantes y banqueros. La ignominiosa costumbre europea de organizar cacerías de negros en África, meterlos en un barco como animales y venderlos en otros países tentó a los dueños de plantaciones en el Sur, que aprovecharon la oferta de mano de obra barata y compraron cargamentos de negros, los sujetaron a condiciones de esclavitud, los hicieron trabajar hasta que reventaran, y todo esto era aceptado como una circunstancia normal en la vida norteamericana. Thomas Jefferson, el creador principal de la Declaración de Independencia y el segundo presidente de los Estados Unidos, tenía esclavos en sus plantaciones; era un amo benigno, pero tenía esclavos y aparentemente pudo disociar sin problemas sus palabras para la eternidad y sus acciones para el aquí y el ahora. Pienso que o bien no consideraba humanos a los negros, o bien no consideraba a todos los humanos iguales; una contradicción más en su vida apareció cuando adoptó como amante a su esclava Sally Hemmings, con quien se asegura procreó dos hijos.

Las diferencias entre los estados del Sur y del Norte se fueron agrandando, ante todo por razones económicas. Los del Sur se convirtieron en una economía que dependía de una sola actividad, la agricultura, soportada en el trabajo esclavo; los del Norte también tuvieron agricultores, pero la industria, el comercio y la banca se desarrollaron mucho más que en el Sur, y esta circunstancia hizo poco a poco más ricos a los del Norte. A pesar de las rimbombantes palabras sobre libertad en la Declaración de Independencia, la Constitución no estableció la consecuencia natural (que fue propuesta inicialmente ante los legisladores) –todos los hombres son iguales y Dios los dotó de libertad, por lo tanto nadie puede ser esclavo de otro– porque los delegados de algunos Estados se oponían, y se convino que cada Estado podía decidir en sus propios límites si aceptaba o no la esclavitud. Durante algunos años hubo mitad Estados esclavistas, mitad “libres” (así se les llamó a los que prohibían la esclavitud) y hubo un cierto equilibrio en las decisiones del Congreso con respecto a este asunto, con resoluciones como el Compromiso de Missouri, señalando una línea geográfica: al norte no había esclavitud, al sur podía haberla. Sin embargo empezó a crearse una corriente en el Norte, fruto principalmente de ideas religiosas, que se oponía a la esclavitud; en teoría los Estados Unidos, un país creado por cristianos, no podía haber aceptado la esclavitud, pero los humanos somos expertos en contradicciones, y hubo necesidad de insistencia por sectas esencialmente pacíficas y fuertemente cristianas, como los cuáqueros, para que se creara una voz generalizada en contra de la esclavitud.

Pero las razones de fondo eran económicas; el dueño de plantaciones en el Sur fincaba sus costos en el trabajo esclavo, el dueño de fábricas en el Norte intentaba atraer mano de obra con el incentivo de una buena paga. Como consecuencia, la inmensa mayoría de la inmigración europea fue a dar al Norte, circunstancia que Lincoln analizó y que fue una de las razones de su oposición a la esclavitud. Decía él que la esclavitud no únicamente hacía la vida de los esclavos negros miserable y degradante, sino que además convierte al trabajo en ocupación de negros, en obligación de negros, en algo que un blanco que se respete no puede realizar. Es decir, el que trabaja es semejante a un esclavo, el hombre de buena cuna debe vivir su vida con dignidad, es decir, no trabajar y permitir que sus esclavos trabajen por él. Decía Lincoln que habiendo proporcionado al hombre blanco esta racionalización de la ociosidad, lo volvía indolente, perezoso, improductivo; el hombre blanco que tenía que trabajar era un paria social. Por lo tanto, abolir la esclavitud no únicamente significaría elevar la vida de los negros, sino también la de los blancos porque los forzaría a trabajar.

Pero el camino a la abolición estuvo sembrado de muchos incidentes, muchas escaramuzas entre las partes, un fallo aberrante de la Suprema Corte, y al final, de los cadáveres de los 600,000 norteamericanos que perecieron en la Guerra de Secesión.

Las escaramuzas fueron principalmente en el terreno legal, ya desde entonces los Estados Unidos parecían la Tierra Prometida de todos los abogados del mundo. ¿Qué pasaba si un esclavo en el Sur, digamos en Virginia, escapaba y huía hacia el Norte? Al principio los norteños lo recibían, lo protegían y ahí empezaba una nueva vida. Pero los Estados del Sur protestaron, cabildearon, y consiguieron que se creara una obra maestra de aberración jurídica, la Ley del Esclavo Fugitivo, que tomaba una serie de medidas, en última instancia descargando en el Gobierno Federal la obligación de perseguir, atrapar y regresar al fugitivo a su lugar de escape, castigando a los norteños que protegieran a los fugitivos. Sin embargo, la joya de la corona en materia de esperpentos legales fue una decisión de la Suprema Corte (caso Dred Scott vs. Sanford) de 1857, donde el Presidente de la SCJ, Roger B. Taney, pasó a la historia en el caso del esclavo Dred Scott, que había sido llevado por su amo a Estados del Norte, y después presentó su caso alegando que ya que había vivido en un estado libre, y además sin ser fugitivo, entonces reclamaba su libertad. Taney invocó a Dios como creador de diferencias, alegó que los creadores de la Constitución habían planteado a los negros como seres inferiores, dijo que el asunto no tenía razón de ser puesto que Dred Scott no era ciudadano y por consiguiente no tenía derecho a iniciar una demanda, y para finalizar dijo que el Congreso no podía limitar la esclavitud, que era prerrogativa de cada Estado. Esto último dio el tiro de gracia a cualquier intento de las Cámaras por atender el asunto, y dejó como única alternativa modificar la Constitución, es decir, realizar una enmienda. La historia de Dred Scott está narrada en https://jlgs.com.mx/articulos/historia/esclavitud-en-eeuu-un-caso-juridico/.

Lincoln, que era abogado, entendía todos estos aspectos legales y los utilizó con acierto para saltar a la fama. En 1858 se presentó como candidato al Senado por el Partido Republicano, pelando contra el demócrata Stephen Douglas, que tenía fama de gran orador y representaba al partido que era mayoría en el Sur, es decir, con o sin sus convicciones él debía mostrar una cara pública proesclavista. Al postularse, Lincoln pronunció unas palabras que se convirtieron en leit-motiv de toda su actividad posterior:

“Toda casa que esté dividida, no subsistirá. Creo que nuestra nación no puede perdurar si la mitad es libre y la otra esclava. Espero que la Unión no se disuelva, espero que la casa no se caiga, y también espero que deje de estar dividida. Será totalmente libre, o totalmente esclava”.

Inspiró este pensamiento en el Evangelio de San Mateo, y dedicó el resto de su vida a preservar la Unión y a intentar restablecer la unidad entre los norteamericanos, cuando estaba terminando la guerra. Lincoln no era muy conocido y retó a Stephen Douglas a una serie de debates públicos (como debe de ser: tres caídas sin límite de tiempo, sin moderadores ni distractoras del IFE) que su contrincante aceptó, confiando en su oratoria. Pero Lincoln era un tipo muy inteligente que sabía preparar sus argumentos y medir sus palabras. Lincoln presentó a la esclavitud bajo dos ángulos: moral y legal. Cierto, las leyes norteamericanas lo permiten; sin embargo ¿es moralmente correcta la esclavitud? Había en el aire un concepto, la “soberanía ilegal”. A partir del caso Scott vs. Sanford, que daba a los Estados la facultad de decidir si se aceptaba o no la esclavitud en sus fronteras, los territorios quedaron en el aire; una región que todavía no era Estado pasaba una especie de noviciado antes de ser admitido como Estado en la Unión, y en ese período se llamaba Territorio. Preguntó Lincoln a Douglas: ¿quién iba a decidir si se aceptaba o no la esclavitud en los territorios? El Congreso estaba atado de manos por el infame juez Taney, y los territorios todavía no eran estados. ¿Qué pasaría si toda la población de un territorio se oponía a la esclavitud? La pregunta era una trampa porque Douglas no podía evadir la respuesta y dijera si o dijera no a esta facultad de un Territorio, Douglas iba a quedar mal con alguien: con los del Sur si decía sí, con los del Norte si decía no.

En esos tiempos Lincoln era atacado con un golpe bajo (propio de abogado experto en chicanas): estaba muy bien que se ensalzara la Declaración de Independencia, pero no había que tomarla tan en serio porque para empezar un documento sin fuerza legal, lo que valía era la Constitución; ¿por qué pretendía Lincoln basarse en él para atacar la esclavitud?

Al final Lincoln perdió en la elección para el Senado pero ganó una fama que le permitió obtener más adelante la nominación republicana para la Presidencia, en 1860, donde ganó.

Finalmente, estalló la Guerra de Secesión. Encabezados por Carolina del Sur, el más belicoso de todos los estados (de donde era Joel R. Poinsett, uno de los grandes benefactores de México), once estados se declararon separados de la Unión en 1861, y eligen como Presidente a Jefferson Davis. Lincoln estaba en un aprieto, porque en ese paraíso de abogados que es la interpretación de cualquier constitución, así como una Colonia había aceptado ser parte de la Unión, así también podría separarse; otra interpretación decía que una vez dentro de la Unión, formaba parte de un todo indivisible y cualquier intento de separación era equiparable a traición, que es la interpretación más frecuente. En otras palabras: ¿los estados separados estaban ejerciendo su libertad o eran traidores que había que tratar con la fuerza de las armas? Dicho de otra manera ¿estaban los Estados Unidos en guerra contra los estados separados? Durante esas semanas aciagas Lincoln demostró de qué estaba hecho, manteniendo su posición con firmeza, defendiendo la Unión, criticando la ilegalidad de las acciones sureñas, pero sin entablar acciones militares. Como todo personaje público en circunstancias difíciles, tenía muchos enemigos que se aprovechaban de lo que hacía (y de lo que no hacía) para atacarlo, y su imagen de tranquilidad, su sentido del humor, su habilidad para entablar comunicación con los hombres sencillos y los encumbrados lo ayudaron a sostenerse en uno de los muchos períodos de prueba que tuvo.

Pero se le presentó una oportunidad que supo aprovechar, resistiendo lo que fuera necesario. El Fort Sumter, en la bahía de Charleston, Carolina del Sur, había quedado en manos del Norte, en las del Mayor Robert Anderson, al declararse la Secesión. Los sureños pidieron su rendición, Lincoln se rehusó, pero tampoco quiso iniciar acciones militares. Las semanas transcurrieron, la tensión subió, y finalmente los sureños mandaron fuerzas a exigir la rendición del fuerte. Anderson se negó, empezó el bombardeo del fuerte, y Lincoln consiguió que el primer paso en esa guerra inevitable fuera dado por los del Sur, en abril de 1861.

La Guerra de Secesión, entre la Unión (norte) y los Confederados (sur) duró cuatro años. Los estados de la Unión eran más numerosos, tenían más gente y más fábricas, podían producir su armamento, tenían dominio en el mar; visto así, el porvenir estaba asegurado. Sin embargo los Confederados tuvieron a su favor los mejores militares que ha producido Estados Unidos, principalmente Robert E. Lee, el más brillante de todos. Lee condujo sus ejércitos con maestría, con imaginación, con movilidad; por ejemplo, empleaba la caballería para hacer reconocimientos por la zona y recolectar información de los desplazamientos enemigos, con lo que disponía de datos que le permitían decidir lo que fuera más conveniente. Los mandos a cargo del ejército del norte tuvieron en cambio muchos problemas y deficiencias: para empezar no había un mando único, y cuando todo quedó a cargo de Ulysses S. Grant, se reveló como un general increíblemente tozudo, machacón, insistente, que perseguía sus objetivos a pesar de las pérdidas humanas, pero sin el talento militar de Lee. Si la guerra hubiera estado en manos de ellos dos exclusivamente, hubieran ganado los del Sur. Pero el Norte tenía muchos más recursos, y los empleó inteligentemente: en resumen, rodeó a los estados del sur, librando la guerra en tres frentes:

  1. el terreno que dividía Norte y Sur, pegado a la costa (los estados de Virginia y Pennsylvania, por ejemplo);
  2. por mar, bloqueando los puertos sureños;
  3. por el río Mississippi, tomando las ciudades en su cauce, haciéndose dueño el Norte del flujo de barcos en el río, impidiendo el transporte de mercancías, armas y hombres para los del Sur, y dividiendo a los estados del Sur en dos (Texas y Arkansas quedaron del lado Oeste), impidiendo que estos dos estados  apoyaran la guerra en tierra firme, la parte más costosa del conflicto.

El papel de Lincoln en este conflicto fue muy difícil. La guerra se había empezado pensando que iba a durar poco, y se alargó cuatro años. Esto significó cuatro largos años de sostener una lucha antiesclavista apoyado con muchas personas que no eran tan antiesclavistas, porque una cosa es decir “todos los hombres somos iguales” y otra muy diferente sostener una guerra, a veces con los propios recursos y a veces con la propia sangre o la de los hijos. Pero Lincoln se mantuvo, y tuvo la serenidad y la inteligencia de sostener a Grant al frente del ejército inclusive después de los fracasos que sufrió, inevitables cuando peleaba contra alguien como Lee. El 1º de enero de 1863 publicó la Proclamación de Emancipación, que declaraba libres a todos los esclavos negros que vivieran en un Estado que se hubiera separado, invitándolos a escapar, viajar al norte y alistarse en el ejército. Fue una medida muy efectiva porque los negros del Sur, más que resentidos contra sus amos blancos, buscaron en gran número escapar y alistarse, y pelearon con mucha bravura y odio para resolver de una vez por todas su situación, aprovechando para vengarse de sus antiguos amos.

Los sureños dependían del algodón que exportaban a Europa y de las armas y municiones que llegaban de allá. Habían hecho el cálculo de que Inglaterra y Francia se pondrían de parte de ellos para defender el algodón que importaban, pero los europeos no veían claro el asunto de meterse en una guerra trasatlántica teniendo ellos sus propios problemas (como el militarismo creciente de Alemania), así que aguantaron durante un tiempo para ver a dónde se inclinaba la balanza, buscaron otros proveedores de algodón, y el tiempo transcurrió en contra de los del sur. Lee era un general brillante pero no era un Napoleón, los del Norte pelearon con mucha determinación, Grant insistió machaconamente en avanzar, Lincoln lo sostuvo a pesar del siseo en ese nido de víboras que era el Congreso, y poco a poco el Sur fue padeciendo escasez de armas, municiones y hombres. El punto que se considera decisivo en la guerra fue la Batalla de Gettysburg, julio de 1863. Fue una derrota para Lee que significó el inicio del retroceso, derrotas y agotamiento del ejército confederado. Finalmente, en Apomattox, el 9 de abril de 1865, Lee se rinde ante Grant, y poco después termina la guerra.

Los dos ejércitos habían peleado con coraje y decisión, hubo batallas ganadas por uno y por otro lado, al final prevaleció el peso económico del Norte contra la economía dependiente del algodón en el sur. Entre las muchas cosas notables de esta guerra, está la forma en que terminó. Usualmente todas las guerras continúan, después de terminadas las hostilidades, hostigando de una u otra manera al antiguo enemigo; los antiguos los convertían en esclavos, los mataban, los robaban, violaban a sus mujeres, destruían sus propiedades; es quizá entendible por el deseo de venganza que se genera en ambos lados, que al final solamente puede ejercerse por el vencedor. Pero Lincoln y Grant estuvieron convencidos y decidieron que la paz era lo mejor que le podía suceder a los Estados Unidos, que los antiguos combatientes del sur no eran traidores sino que eran de nuevo hermanos norteamericanos. A pesar de que hubo muchas voces y presiones para ejercer represalias, la actitud de Lincoln y Grant los honra como combatientes magnánimos, y es una de las grandes muestras de inteligencia de Lincoln, porque habiendo perseguido la Unión de todos los estados, cualquier represalia sería añadir fuego a la hoguera y sembrar para más adelante el germen de la desunión.

Lincoln habló de estas ideas de reunión y reconstrucción desde año y medio antes de terminar la guerra, en noviembre de 1863. Hubo una ceremonia en el cementerio levantado en Gettysburg, Pennsylvania, a los caídos en aquella batalla por ambos bandos, a la que invitaron a Lincoln a decir unas palabras. Uno de los discursos más cortos de la Historia, uno de los más conocidos, un ícono en la historia norteamericana: habló con tristeza y con esperanza, recordando a todos los soldados caídos ahí, diciendo que sus palabras estaban de sobra frente al sacrificio de sus vidas por aquellos soldados, y que lo que había que hacer era pensar para más adelante, cómo sanar las heridas y reconstruir a un país que había nacido declarando que todos los hombres eran iguales. Es el Gettysburg Address, como se le conoce en la historia de EEUU, y brillan por su ausencia el odio, el insulto y la descarga de culpa en el adversario. Lincoln habló como un padre que menciona a un hijo que se ha descarriado, pero que sigue siendo su hijo.

Cuando ya se veía el fin de la guerra, Lincoln tuvo que librar otra batalla. Había emancipado a los esclavos del sur, pero haciendo uso de sus poderes presidenciales en tiempos de guerra; una vez terminado el conflicto, ¿qué iba a pasar con esos antiguos esclavos? ¿Habría alguien en EEUU que tuviera el valor de aprehender a los soldados negros que habían combatido por la Unión y devolverlos a sus antiguos amos, como esclavos? El asunto de la esclavitud tenía que definirse ya, y aprovechar la inercia generada por la Proclamación de Emancipación. Pero no había manera de dejar contentos a todos, y peor aún: el Congreso estaba dividido y no se veía claro que lo que había que hacer –enmendar la Constitución- pudiera contar con el apoyo necesario, 2/3 en cada cámara. Ya sin la presión de la guerra –la balanza se había inclinado a favor del Norte-, afloraron todas las divisiones posibles entre los congresistas. Unos seguían siendo antiesclavistas, otros ya no lo eran tanto, algunos se acordaron que Lincoln no les caía bien, otros tenían amigos en el Sur, una cosa es cerrar filas en torno al presidente cuando hay guerra y otra es dejarlo obrar a su antojo, etc. Las viejas concepciones acerca de la igualdad o desigualdad entre los hombres, el abrir el sufragio a los negros, las amenazas de pérdidas económicas en el sur (porque perderían la mano de obra esclavizada) y en el norte (porque se inundarían de negros que aceptarían cualquier pago y desbancarían a los obreros blancos), etc. Todos los inconvenientes posibles o imaginados al fin de la esclavitud afloraron, junto con acusaciones a Lincoln de que quería manejar el asunto en beneficio propio, que ya tenían paz para qué querían más dificultades, y otro etcétera. La película describe las habilidades de negociador de Lincoln, las encrucijadas en las que se vio y lo que tuvo que hacer para poder convencer a un número suficiente de legisladores de que votaran por él. ¿Qué hizo? Lo usual en esos casos: ejercer presión y cuando eso no funcionaba, ofrecer privilegios, por ejemplo puestos en la administración que estaba él iniciando (su segundo período como presidente).

En este sentido, la película me parece muy honesta, porque hace patente que al final, cuando se acabó la guerra y se apagó el eco del Gettysburg Address, los políticos en Washington volvieron a ser lo que siempre habían sido, simplemente unos políticos que ante todo maniobraban para beneficio propio o del grupo al que pertenecían. Por un lado es triste que el asunto de la esclavitud en EEUU se haya decidido en el cabildeo de legisladores en Washington, por otro es muestra del talento y la estatura de estadista que tenía Abraham Lincoln: supo con qué clase de personas trataba, supo qué ofrecerles y qué negarles.

El Discurso de Gettysburg está traducido en este sitio.

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