Una noticia sobre el futbol americano -deporte que ni practica ni interesa a la mayoría de los mexicanos- me llevó a reflexionar en nuestra forma de gobierno. La nota era simple: algunas personalidades de México aparecieron en las cámaras del Super Bowl, como el expresidente Felipe Calderón y el senador Ernesto Cordero. Si tienen la afición, el tiempo y los recursos para asistir, bien por ellos, pero el asunto cambió de cariz cuando se informa que ese mismo día iniciaba sesiones el Congreso, donde se esperaba la asistencia de senadores y diputados en pleno. En una nota del día 4 de febrero, El Universal cita a Ernesto Cordero, quien justificó su ausencia diciendo que no iban a aprobar nada y que se trataba de una sesión que duraría pocos minutos. Efectivamente, así fue: se desahogó la reunión en 6 minutos, con “un quorum escuálido que mostró la poca disposición de la clase política para servir a la sociedad, la que no puede faltar el trabajo.” El mismo diario menciona a seis diputados (de 500) que asistieron a todas las sesiones en los últimos dos años y medio, y forma el cuadro de honor de los faltistas, encabezado por Karen Quiroga (PRD, del DF), quien tiene 74 faltas de 170 sesiones, el 44%; el resto de los diez homenajeados supera el 32% de faltas. Los alumnos que no asisten a clases, son reprobados; los trabajadores que faltan no 74 veces, sino nada más tres días son despedidos con justificación, pero los legisladores, quienes autorizan las leyes, en particular la LFT (ley federal del trabajo), pueden utilizarlas como papel sanitario y faltar sin consecuencias.

Ernesto Cordero dice que la sesión no era suficientemente importante para asistir. Puede tener razón, puede no tenerla. Si la sesión no era importante, entonces los legisladores no están haciendo su trabajo, porque planean sesiones que son pérdida de tiempo; si era importante, entonces Cordero no está cumpliendo su trabajo. En el primer caso habría que quitar en pleno a todos los legisladores (no son capaces ni siquiera de agendar una sesión decente), en el segundo caso Cordero debe renunciar, por mentiroso y por faltista.

El asunto no tendrá mayor trascendencia, dada esta mentalidad derrotista que tenemos los mexicanos, que aceptamos a priori que las cosas van a estar mal. Sin embargo, el caso es simbólico de la actitud de los legisladores con respecto a su trabajo: lo que les importa es el dinero y los extras que cobran, y avanzar en la pirámide del poder. El colmo del evento que refiero fue una intervención de Gustavo Madero, dueño del PAN, quien criticó a Cordero diciendo “asistir al Super Bowl y no al congreso manda señal errónea… mejor que indague moches y corrupción”. Recordemos que Gustavo Madero, en su momento, bloqueó las iniciativas para investigar los moches dentro de su partido, y ahora nos escupe en la cara a todos los mexicanos recomendando a un compañero de bancada que los investigue en vez de faltar.

La democracia está muy bien en teoría: el pueblo elige a sus gobernantes, existe el Poder Legislativo integrado por representantes del pueblo, y se tiene diseñado una organización de los tres poderes que les da autonomía e impide que cualquiera de ellos haga lo que no debe. Eso es en teoría. En la práctica, los partidos y la mercadotecnia designan a los gobernantes, y a nuestros representantes les vemos las caras únicamente en las campañas políticas… y en el Super Bowl; en otras palabras, los representantes no nos representan. El punto no es si fueron elegidos por votación directa o son pluris, el punto es que no sirven a los intereses de la comunidad, sino sus propios intereses y los de su partido.

Una vez que el pueblo perdió su representación, deja de existir dentro del gobierno quien lo defienda. Cuando las cosas se ponen demasiado mal en un estado, en teoría el Congreso puede decretar la desaparición de poderes, por ejemplo Michoacán y Guerrero; todavía en teoría, el Congreso puede llamar a cuentas y amonestar a cualquier funcionario federal y ejercer presión para que actúe como se debe. En la práctica, las “soluciones” en esos estados se imponen desde la presidencia cuando el asunto se vuelve incontrolable.

Los balances y controles diseñados en nuestras leyes para que los tres poderes cumplan con su trabajo están bien, otra vez en teoría. Había una posibilidad sumamente remota de que aquellos controles y balances no sirvieran para nada… y ya se presentó: cuando los tres poderes, en pleno, ven por su propio bienestar y no por el del pueblo. Veamos otra bofetada en la cara del pueblo, sucedida en los últimos días. El Presidente nombra a un fulano encargado de resucitar cierta dependencia, y le ordena que investigue el asunto de la compra de sus casas. ¿Qué va a pasar? El fulano se encuentra en un nuevo conflicto de intereses: ¿cumplirá literalmente la orden de su patrón, poniendo en riesgo su trabajo? Ese encargo es una burla. Y otra bofetada, esta vez del Poder Judicial: Raúl Salinas de Gortari es inocente.

La clase política está estirando el hilo de la resistencia del pueblo, y ha dejado al pueblo indefenso frente a las arbitrariedades y malos manejos que hacen. Por otra parte, el pueblo hace poco por defender sus derechos, salvo en casos extremos como Ayotzinapan. La mayoría de nosotros no sabe el Distrito al que pertenece ni el nombre de su diputado o de su senador. Hemos aceptado, pasivamente, que así ha sido siempre y así será, que los que llegan al gobierno llegan para robar y que poco les importa el pueblo, quien sirve como mero trámite para validar las elecciones.

México ha formado el perfecto caldo de cultivo para que los políticos se sirvan con la cuchara grande y para que haya todos los atropellos posibles: una clase política voraz junto con un pueblo pasivo e indiferente. En este país con tantos recursos podría existir un punto de equilibrio inclusive en estas condiciones adversas, si los políticos robaran nomás tantito, pero la codicia no tiene límite y año tras año vemos que suben de nivel los atropellos, y los gobiernos, que mal gobiernan al pueblo común y corriente, son totalmente incapaces de enfrentar situaciones de emergencia, como los grupos de narcotraficantes.

Creo que todos hemos recibido suficientes llamadas de advertencia, como para reaccionar ante la situación que vive el país.

5.2.2015


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