1-Recuento de miserias.

La segunda mitad del siglo XIX fueron los peores años en la historia de China, porque hubo un peligro inminente de que desapareciera como país. Es cierto que hacia 1215 los mongoles invadieron China, quitaron a la dinastía reinante y se pusieron ellos mismos en el poder; sin embargo, aunque para la dinastía Chin fue el fin de todo, para China como país las invasiones mongolas se convirtieron, a la vuelta de los años en la asimilación de un pueblo más a la cultura y civilización chinas. Los mongoles eran un pueblo nómada, que no tenían una civilización muy desarrollada; eran excelentes guerreros y estaban a las órdenes de uno de los grandes estrategas militares de la Historia, Gengis Kan. Llegados los mongoles a China y muerto su líder, se asimilaron a las enormes ventajas que China les ofrecía, y se volvieron chinos.

La llegada de los europeos era un asunto diferente. No llegaron como conquistadores ni con una cultura inferior: llegaron a comerciar por la fuerza (peor aún: a embrutecer a China con el opio) y con una cultura diferente, conscientes de que China era un mundo aparte pero sin interés en asimilarse a ella, sino más bien con aires de superioridad porque su tecnología militar era mejor que la china. Los siglos en que llegaban pueblos a China, se maravillaban de lo que veían y terminaban por rendirse a esas maravillas, asimilándose, habían terminado; aunque los chinos se seguían sintiendo el mejor de los pueblos, ahora competían con los ingleses que se sentían la mejor de las naciones y que sustentaban su sentimiento de superioridad en la superioridad de sus armas.

Los chinos trataban a todos los extranjeros como “bárbaros”, lo mismo que hicieron los griegos con el resto de los pueblos, lo mismo que los cristianos y los musulmanes llaman “infieles” al resto de la humanidad; hay un sentimiento de superioridad y de excepcionalismo en esas calificaciones. Cuando empezaron a llegar los europeos así fueron calificados, y solamente poco a poco, en el curso de muchos años, China fue cobrando conciencia de que enfrentaban, por primera vez en su historia, a una situación que podía terminar con ellos.

A los europeos no los conocían muy bien, pero con los japoneses y con los rusos (los bárbaros que tenían más cerca) compartían una historia de vecindad de varios siglos. Habían visto que al norte iba creciendo Rusia extendiéndose hacia el oriente y que llegó hasta el Océano Pacífico; algunos chinos empezaron a advertir señales de que la siguiente etapa de crecimiento ruso sería hacia el sur, es decir, a costa de territorio chino. Japón era una isla con una cultura de orígenes semejantes a los chinos, con una dinastía que también se declaraba hija de los dioses, y que con mar de por medio pudo mantener su aislamiento por milenios. China renunció a la navegación hacia 1400, y Japón cuidó siempre sus habilidades de navegantes; el resultado fue que hacia fines del S.XIX Japón podía invadir China, y China no tenía barcos ni para defenderse, mucho menos para invadir.

Internamente, China estaba dividida: el siglo XIX fue una historia de revueltas internas, algunas con tendencias separatistas. La casta gobernante, como sucede muchas veces en épocas de debilidad, estaba también dividida y los años que nos ocupan fueron una sucesión de golpes de estado, regencias, intrigas en la corte, controlados por una mujer que sabía maniobrar para conservarse en el poder pero no sabía qué hacer con su país.

Pero algunos funcionarios chinos tuvieron la inteligencia de darse cuenta que el tener muchos peligros externos podía convertirse en ventaja, si los ponían a competir entre ellos. Estos funcionarios tuvieron la claridad de mente para darse cuenta que China no podía pelear contra los bárbaros (mucho menos si se unían) pero que podía iniciar un juego de complacencias discrecionales, para despertar entre las potencias extranjeras los celos y el afán de competencia en vez de favorecer la unión entre ellos. China era muy grande y tenía territorios y riquezas que podía invertir –y eventualmente sacrificar- en este juego diplomático en que podría entretener a las potencias durante algunos años, esperando que sucediera una de dos cosas:

1.       China se recuperaba para estar en posición de oponerse a los extranjeros

2.      Las potencias enfrentaban problemas en otras partes que los distrajeran de China

Para bien de China, sucedieron ambas cosas. Los tiempos críticos fueron los últimos 50 años del siglo XIX, cuando China estaba contenta con sobrevivir, y así pudo llegar completa al siglo XX, cuando las grandes potencias tuvieron problemas mayores con las dos Guerras Mundiales, que le dieron otros 50 años de respiro; actualmente China es superpotencia, nadie piensa en atacarla, todos buscan hacer negocios con ella, y es la que mayor cantidad de dólares tiene en sus reservas; es el banco del mundo, es la fábrica del mundo.

Este artículo es un reconocimiento a los funcionarios chinos que hicieron posible su supervivencia al final del siglo XIX.

 

2-Los negociadores en la 1ª Guerra del Opio

Cuando regresó a Inglaterra el Capitán Elliot, que la había representado en las negociaciones al final de la guerra, el Primer Ministro Palmerston se quejó de que había conseguido muy poco de los chinos después de una guerra victoriosa, y pronunció para la Historia estas palabras:

Gran Bretaña no puede permitir que la práctica irrazonable de los chinos esté por encima de la práctica razonable del resto de la humanidad.

Elliot no había conseguido lo suficiente de China, quien se había puesto en posición intransigente. Inglaterra, que representaba al resto de la humanidad, había tenido demasiadas consideraciones con ese país; esta situación tenía que cambiar. El emperador chino tampoco quedó contento con su representante, Qishan; hizo que lo encadenaran y pensó en condenarlo a muerte, pero le conmutaron la sentencia por el exilio. Ninguno de los dos gobiernos entendía lo que estaba pasando.

Se nombraron nuevos embajadores: Qiying, un príncipe manchú, representó a China, y los ingleses enviaron a Pottinger. La táctica que utilizaron los chinos fue la de agasajar al inglés, llenándolo de regalos y de cortesía, exagerando las atenciones y las amabilidades hacia su persona, mientras dilataban las negociaciones y las enredaban con cuestiones minúsculas de detalle. En símbolo de amistad intercambiaron retratos de sus esposas, Qiying adoptó al hijo de Pottinger, daban fiestas en su honor, etc. Utilizaron la confianza y la sinceridad como armas de diplomático. Después de meses de cortejo, las negociaciones quedaron en algo muy parecido a lo que habían obtenido los dos anteriores, muy lejos de lo que Inglaterra hubiera podido exigir después de haber ganado militarmente. Sin embargo, para China desapareció el sistema comercial que había organizado en torno a Cantón para controlar ahí todo el tráfico de mercancías con el extranjero, y los ingleses consiguieron extraterritorialidad.

China había reaccionado con su pensamiento tradicional: a lo largo de su historia habían padecido muchos ataques de otros países, y cuando no podían rechazarlos militarmente, les aplicaban la siguiente secuencia:

1.      Llegan los bárbaros (cualquier extranjero)

2.      Los dejaban hacer lo que querían, pero estorbándoles en todo

3.      Los tranquilizaban con atenciones y regalos y fiestas

4.      A la vuelta de un tiempo, los bárbaros se asimilaban a las costumbres chinas

5.      A la vuelta de más tiempo, los antiguos bárbaros ya eran chinos

Pero los occidentales no reaccionaron igual que los invasores de China a lo largo de los siglos anteriores, porque los tiempos y las circunstancias habían cambiado. Para empezar, no llegaron a China en esta ocasión pueblos cuya virtud principal era la de saber guerrear, como por ejemplo los mongoles de Gengis Khan: los ingleses tenían su propia cultura, de la que se sentían orgullosos, y tenían cultural y tecnológicamente muchas cosas que no tenían los chinos. La distancia entre las razas china y europea era mucho mayor que entre los mongoles y los chinos. Y probablemente la diferencia más grande estaba en el cambio de paradigma: los nuevos invasores no habían llegado a conquistar, sino a hacer negocios, y los chinos no estaban preparados para comerciar. Los ingleses llegaron, ganaron pie de igualdad con los chinos, y los chinos no entendían por qué sus tácticas que habían funcionado bien por milenios eran inadecuadas ahora. Tampoco entendían que teniendo los occidentales armas superiores a las suyas, no siguieran adelante en un intento por conquistar el país. Los chinos del interior, principalmente en la corte de Pekín, que todavía era ciudad prohibida para los extranjeros, no tenían la experiencia de primera mano en el trato con los extranjeros y  no habían visto lo que eran capaces de hacer, y ante esa ignorancia preferían aplicar la máxima consagrada por siglos de que los chinos y su cultura eran superiores a los de cualquier parte del mundo. Y los europeos, habiendo derrotado militarmente a China, también pensaban que ellos eran superiores a los chinos. Se llegó a un acuerdo en esta segunda ronda de negociaciones (entre Qiying y Pottinger) pero las diferencias de fondo permanecieron.

 

3-Wei Yuan (1794-1856).

Este personaje era un amigo de Lin Zexu, el que quiso bloquear el comercio del opio en Cantón; ambos eran estudiosos confucianos, y fueron de los primeros que, por tener contacto con la situación emergente en China, se dieron cuenta que las cosas habían cambiado drásticamente. Wei Yuan escribió un análisis de la situación internacional por la que pasaba China, aceptando que era más débil que los extranjeros planteando métodos para atacarlos o para hacer la paz:

Para atacar a los bárbaros:

1.      Estimular a otros países a atacar al bárbaro

2.      Que China aprenda de los bárbaros para después poderlos controlar directamente.

Para hacer la paz con los bárbaros:

1.      Dejar que ellos lleven su comercio y que lo controlen como quieran

2.      Apegarse a los tratados de 1842 (después de  la 1ª Guerra del Opio) y hacer que China participe activamente en el comercio internacional.

En sus tiempos el principal enemigo de China era Gran Bretaña, y naturalmente se preguntó cuáles serían los enemigos de su enemigo: Rusia, Francia, EEUU, Nepal, Burma, Siam. Con una diferencia de 150 años, este análisis puede parecernos obvio, pero no lo era en su tiempo. Por ejemplo, implícito estaba en su alternativa de adherirse estrictamente a los tratados de 1842 representaba implícitamente poner un límite a las exacciones de los intereses. Conocedor del alma humana, Wei Yuan comprendió que los occidentales no se detendrían donde habían quedado, sino que buscarían motivos naturales o forzados para extender su control sobre China; si China conseguía que todos respetaran los tratados que habían firmado, al menos ganarían un tope a las pretensiones extranjeras.

El problema con este personaje fue que estaba muy adelantado a su tiempo; sus colegas confucianos no le entendieron y en el gobierno no le hicieron caso. Además China se rehusaba a aceptar el concepto de embajada, puesto que para China las relaciones con los demás países debían ser el acto de sumisión extranjera ante el emperador, quien tenía el mandato del cielo, lo que funcionó durante algunos miles de años y en esa región de la Tierra, pero ya no era operante. El gobierno no entendió lo que dijo Wei Yuan, no tenía idea de cómo implementar sus estrategias, y no contaba con embajadas en otros países para tratar de influir en sus gobiernos.

Tuvo otra idea genial: invitar a más países extranjeros a la repartición del botín. La idea sorprende y parece suicida, pero no lo es: la realidad es que China no tenía manera de oponerse a Inglaterra, y en esas condiciones, Inglaterra podría haber hecho lo que quisiera de China; sin embargo, si otros países occidentales (con un poder militar semejante al inglés) estuvieran también en China para hacer lo mismo que los ingleses, entrarían en competencia, se balancearían, y China tendría varios enemigos en casa, pero disminuidos por sus propios conflictos, en vez de un solo enemigo, absolutamente dominante.

Los chinos tienen, por tradición confuciana, una educación de respeto hacia los mayores; empezando por los padres, los maestros, gobernadores, funcionarios, y el emperador, todos eran muestra de un gran respeto. Esto se manifiesta en el decoro con que se dirigen unos a otros, las inclinaciones de cabeza y en general esa forma exquisita de educación que manifiestan, está en parte originada por la primera norma confuciana, el respeto a los mayores. De modo que a los chinos no les iba a costar mucho trabajo tratar a los extranjeros de la misma manera: sonrientes, amables, con caravanas, obsequiosos: no tenían que considerarlos mejores que los chinos, nada más tenían que ser amables con ellos y presentar en esa amabilidad una primera línea de defensa frente a los intentos de mayor dominio europeo.

 

3-Revueltas en casa y temor de avances territoriales de los extranjeros.

Cuando se firmaron los acuerdos Qiying-Pottinger, China esperaba que sucediera lo que siempre había pasado con las invasiones bárbaras: poco a poco se suavizarían, se asimilarían a las costumbres chinas y terminarían por ser tan chinos como ellos; la presencia de bárbaros en China era un asalto a la esencia del país que terminaría por diluirse a medida que ellos se asimilaran. Por su parte, los bárbaros tenían otros pensamientos: “vamos por más”. Esta convivencia forzada, con motivos para aceptarla y con expectaciones tan diferentes, se parece a lo que se espera al principio del matrimonio: él espera que ella permanezca tan bella como está ahora, ella espera que poco a poco él se vaya quitando sus malos hábitos.

Mientras aprendían a convivir con los extranjeros, se dieron muchas revueltas internas, principalmente entre los pobladores musulmanes del occidente de China y una revuelta seudo-cristiana, la más grande de todas: Taiping. Este período de la historia (1850-1870) fue desastroso para la población: se calcula que había 410 millones en 1850, y 350 millones en 1873. En medio de este caos sucedió la 2ª Guerra del Opio, y al final los europeos tenían totalmente sometida a China y había necesidad de sentarse otra vez a la mesa de negociaciones y tratar de resistir lo mejor que se podía las demandas de los europeos. En estas circunstancias aparece Rusia, que por razones geográficas tenía una relación más vieja con China, y mantenía en Pekín la única misión eclesiástica autorizada; oficialmente estaban en buenos términos, y Rusia se ofrece galantemente a mediar en el conflicto. El enviado ruso, Conde Nikolai Ignatiev convenció a los chinos de que solamente él podría convencer a los europeos de conceder a los chinos lo que más les preocupaba, que abandonaran la ciudad de Pekín. Los chinos no tenían muchos argumentos, así que aceptaron; inmediatamente va Ignatiev con los europeos y les pinta un panorama desolador: se acercaba el invierno, se congelaría el río Beihe, que era la ruta para entrar y salir de Pekín, y los europeos quedarían muchos meses rodeados por fuerzas hostiles, sin posibilidad de recibir refuerzos. Él mismo les había proporcionado mapas e inteligencia para avanzar hacia Pekín, así que le creyeron que lo mejor era retirarse y que Ignatiev podría encargarse de que China cumpliera los acuerdos.

Y así, sin participar en la guerra y sin disparar un tiro, Rusia recibió en pago de sus servicios una rebanada de territorio chino, en la Manchuria oriental junto al Océano Pacífico; esa rebanada (que no era tan pequeña: 900,000 km2), le sirvió a Rusia para fundar en la parte más meridional el puerto de Vladivostok, que es hasta ahora el puerto más al sur que tiene en el Pacífico.

Como decía arriba, hombre notables hay en todas partes, y en esta ocasión Rusia se llevó la parte del león sin mayor esfuerzo gracias a su embajador. Fue una pérdida para China, pero a la postre fue uno de los muchos sacrificios que tuvo que hacer el país para poder salir adelante.

 

4-El Príncipe Gong.

Ya hemos mencionado a este personaje como alguien que se alió con la Emperatriz Cixi para dar un golpe de estado, y que fue comisionado para reunir un ejército con la ayuda de los extranjeros y apagar la revuelta Taiping. Era un príncipe manchú, inteligente y conocedor de la situación; probablemente si su hijo hubiera llegado a emperador en vez del niño que se convirtió en el emperador Guangxu, China se hubiera ahorrado muchos problemas. No fue así, porque Gong decidió someterse a la emperatriz. Sin embargo, publicó un famoso memorándum dirigido al emperador en donde daba su opinión sobre lo que pasaba en China:

1.      Los extranjeros llegaron a China y son poderosos.

2.      Enojarse con ellos y continuar la lucha armada sería catastrófico para China.

3.      Si China no aprende de estas desgracias y se prepara, entonces nosotros (Gong y su generación) heredaremos a nuestros hijos una fuente enorme de tribulaciones.

4.      Por lo tanto, es imperativo hacer la paz y mantener buenas relaciones con los bárbaros mientras las cosas cambian.

El mismo Gong analizó cuáles son los peligros para China:

1.      Las revueltas internas, como Taiping. Son un problema orgánico del país.

2.      Rusia: vecino grande que está creciendo y quiere más territorio, tomado de donde se pueda.

3.      Inglaterra: quiere hacer comercio (si es necesario, a la fuerza) pero sin amenazas territoriales.

La importancia y el orden en que debían atacarse esos problemas es como están escritos; paradójicamente, aunque Inglaterra era el epítome de la invasión extranjera, representaba el menor peligro. Se necesitaba inteligencia para no dejarse llevar por la ira contra Inglaterra había por encabezar las invasiones bárbaras, no enojarse con ella y reservar las fuerzas para los que eran peligros mayores para el país. Propuso la creación de una especie de Ministerio de Relaciones Exteriores, que recibió el nombre pomposo de oficina para el manejo general de los asuntos de todas las naciones, título ambiguo que daba la impresión que a través de ese ministerio pretendía China leer la cartilla a todos los países del mundo; China todavía se resistía a cambiar.

 

5-Li Hongzhang

El negociador principal chino en estos años aciagos fue Li Hongzhang, un estudioso confuciano y mandarín de 1ª clase, dentro de una escala de rangos creada por el emperador, conocida por todos y que confería el mayor respeto a quienes podían bordar en su traje de mandarín el emblema de 1ª clase. Le tocaron tareas ingratas en donde negoció con extranjeros y con nacionales en nombre del emperador, y fue el que utilizaban para sacar las castañas del fuego cuando las cosas se ponían muy complicadas.

Era sumamente instruido, ambicioso, educado, y con un enorme control de sí mismo: ante un buen trato y ante la más grande adversidad, ponía la misma cara, impasible e impenetrable. Hacía lo que podía para aplacar a los extranjeros, mientras los conservadores de la línea dura (y estúpida) hablaban de enfrentar directamente a los bárbaros, probablemente pensando que una resistencia masiva, de millones de chinos, acabaría con las invasiones, ignorando las posibles pérdidas también de millones.

Era administrador en la provincia de Jiangsu en la costa oriental, al norte de Shangai hacia 1860. Las principales ciudades estaban asediadas por los Taiping, y recibió instrucciones del Príncipe Gong  de aliarse con los extranjeros para acabar con esa revuelta, que era un peligro tanto para el emperador como para los negocios que hacían los extranjeros. Aplastó la revuelta en 1864, su estrella subió y le encargaron muchos otros asuntos de negociaciones.

Acostumbrado a estudiar, analizó la situación y vio cuáles eran las opciones de un país oprimido por otras potencias poderosas:

1.      Aprender de los fuertes, asemejarse a ellos, para que los invasores respeten su fuerza y los dejen en paz.

2.      Insistir en la validez de la propia cultura y tratar de ganar respeto aún en esas circunstancias.

Li Hongzhang estaba enterado de los grandes cambios que en Japón había emprendido el emperador Meiji, pero también sabía geografía y entendió que aquellas modificaciones a todo un país pudieron realizarse porque Japón no era tan extenso como China; además, las condiciones iniciales en Japón habían sido más benignas: para empezar no padecían invasiones bárbaras ni comercio del opio a la fuerza. El cambio necesario en China, para hacer algo semejante a la Restauración Meiji, tenía que empezar (o al menos coexistir) con estar apagando fuegos, ese arreglo incompleto de los problemas urgentes que no eran los más importantes. Anduvo de sur a norte durante muchos años, siempre apagando fuegos: aplacando a los franceses por una revuelta anticristiana, en Vietnam por problemas de fronteras, al noroeste por rebeliones musulmanas, contra la revuelta Taiping, lidiando con los japoneses después de la guerra, etc.

Llevaba con dignidad su título de mandarín; todas las fotos que se conocen de él nos presentan a un hombre que mira fijamente a la cámara, observando con detenimiento lo que está frente a él, sin traslucir sus propios sentimientos. La diplomacia se maneja a base de sutilezas y de señales oblicuas acerca de lo que se puede y no se puede hacer, y tanto el temperamento como la educación de Li Hongzhang eran adecuadas para esta misión; hablaba en forma ambigua, con una gran cortesía, sin declarar sus intenciones ni sus reacciones a lo que veía o escuchaba. Estaba convencido de la superioridad intrínseca de China y de que los problemas actuales eran pasajeros y superables; 150 años después, la realidad confirma su pensamiento.

Fue de los funcionarios que entendía bien cómo estaba la situación y criticaba a los que hacían cuentas alegres de la recuperación, halagando la vanidad del emperador y viviendo el sueño de opio de la grandeza china sin cuestionar y son comprender sus debilidades. Pensaba que había que ser armoniosos con los bárbaros, puesto que ellos habían hecho muchos progresos, y si China se mantenía igual que como estaba, terminaría peor que como estaba (perdonando la aparente contradicción). Su pensamiento era muy semejante al de Wei Yuan, visto arriba.

Propuso junto con el Príncipe Gong y otros intelectuales críticos un movimiento de fortalecimiento interno, declarando que el problema principal eran las armas superiores de los occidentales, lo cual era cierto en principio, pero no era la verdad completa. Al emperador le plantearon el asunto en esos términos para no ofenderlo y para no generar discusión sobre puntos intocables como el Mandato del Cielo, las tradiciones chinas, la interpretación ortodoxa de Confucio, etc. Sugirieron relacionarse con expertos extranjeros, traerlos a China para que enseñaran su tecnología, aprender otras lenguas y abrir escuelas para aprender el conocimiento occidental; todo se expresaba en términos grandilocuentes y elogiosos acerca de la superioridad china, en un intento de pacificar a los conservadores, que citaban al filósofo chino Mencio diciendo

he oído que los bárbaros vienen y aprenden de China, pero no que suceda al revés,

lo esto se tomaba como una demostración de que China no necesitaba nada de fuera, aunque Mencio hubiera vivido hacía 2000 años. Otra refutación del movimiento reformista vino de Wo-ren, canciller de la Academia Confuciana de Henlin, que dijo una vez y para siempre que “las bases del imperio están en los corazones de las gentes y no en las habilidades”, lo cual tiene una lectura ambigua, porque lo mismo puede significar “no necesitamos nada de los extranjeros” que “nuestro pueblo es fuerte y podrá superar las dificultades presentes”. La primera interpretación es orgullosa, la segunda es sabia: demuestra conocimiento del pueblo chino, y otra vez, a la vuelta de 150 años se ve que tenía razón. Sin embargo, en aquel momento el canciller la esgrimía como argumento en contra de los reformistas.

En 1870 se presentó un incidente en Tientsin, la ciudad que dio nombre a la revuelta que asoló China por más de 10 años, cuyo líder había recibido influencias cristianas y se había proclamado hermano de Jesucristo, y a la postre lo que causó fueron millones de muertos; los chinos acabaron agotados y resentidos contra el movimiento y contra el cristianismo. Para terminar de fastidiar el asunto, los misioneros cristianos fueron impuestos a China después de las Guerras del Opio, lo que era echar sal a la herida de los sentimientos anticristianos de la población. En la ciudad de Tientsin, entonces, las relaciones entre la pequeña comunidad cristiana y los locales no eran muy buenas; alguien soltó el rumor de que los misioneros estaban secuestrando niños chinos y estalló una revuelta contra ellos que mató al cónsul francés, dos oficiales, diez monjas, dos sacerdotes, y además a tres comerciantes rusos que pasaban por ahí pero no hacían proselitismo cristiano. Francia exigió satisfacciones, pidiendo la cabeza de tres funcionarios chinos de alto rango, y  estacionó su flota frente al puerto para presionar. Enviaron a negociar a Li Hongzhang, que batalló mucho para convencer a los franceses que no tenía caso fusilar a funcionarios chinos y la cuestión se arregló en indemnizar a Francia por los daños, pero los conservadores se enojaron porque había el representante había cedido el honor del país, etc., y las relaciones chino-cristianas se deterioraron aún más.

El fortalecimiento interno se enfocó a mejorar la capacidad bélica de China; crearon arsenales, fábricas de maquinaria y astilleros. La pequeña flota que construyeron fue hundida por los franceses en un pleito que hubo en 1884, pero se sembró la semilla del conocimiento naval en China y el país insistió una y otra vez, superando cada vez las derrotas que le infligían los extranjeros, porque ya estaba quedando claro para todos que en cuestión de armas China tenía mucho que aprender de los occidentales. Sin embargo, este tipo de proyectos requieren organización de personas, logística, materiales, conocimientos y capital en grandes cantidades, que China no los tenía y por lo tanto le faltaba experiencia. Por ejemplo no había una clase empresarial, el gobierno no tenía idea de cómo controlar esas obras, y proliferaron los problemas relacionados con corrupción y nepotismo. Esos negocios florecieron durante un rato, pero a la vuelta de pocos años terminaron quebrados.

El fracaso más evidente de los intentos reformistas en la línea que proponía Li Hongzhang es el período de los Cien días de Reforma, mencionado en el artículo anterior. Las intenciones eran buenas, y el joven emperador hizo suyas, por un rato, las propuestas de los funcionarios que decían que China tenía que cambiar. Pero lo hicieron mal: a la carrera, sin medir sus fuerzas, sin conseguir una base de sustentación, y pasó lo que tenía que pasar: los conservadores se alinearon con la Emperatriz Cixi, dieron un golpe de estado, y las reformas que necesitaba China fueron archivadas por muchos años más.

En 1901, hacia el final de su vida, Li Hongzhang dirigió una carta a la emperatriz en donde con tristeza reconocía que “… me regocijaría si fuera posible para China entrar en una guerra triunfante… pero debo reconocer el hecho triste de que China no está preparada para eso, y que nuestras fuerzas no son capaces de emprenderla…”

 

6-Análisis.

Los problemas no se resuelven solos, y el primer paso para resolver cualquiera, es conocerlo. En medio de la compleja, posiblemente hasta caótica situación que se tenía en China, los diferentes funcionarios que participaron en la diplomacia durante aquellos años, analizaron la situación de su país y llegaron a las siguientes conclusiones:

Amenazas externas:

1.      Europeos: su interés era el beneficio económico, principalmente con el tráfico de opio

2.      Rusia: pretendía ganancias territoriales y obtener áreas de influencia

3.      Japón: quería territorios, áreas de influencia, preeminencia en Asia, y si se podía quitar a la dinastía Qing, tanto mejor.

Entre Japón y Rusia, las dos potencias que podrían entrar en conflicto, la manzana de la discordia sería Corea y Manchuria.

Amenaza espiritual:

1.       La visión sinocéntrica del mundo se termina.

 

Habiendo identificado las amenazas externas, había que aclarar la situación de cada participante, para prever lo que podrían hacer las potencias:

Análisis de los problemas:

1.      Había necesidad de comparar, tanto como fuera posible, la vida y la cultura chinas contra las de occidente, para entender mejor las diferencias y lo que estaba sucediendo.

2.      Los europeos vivían muy lejos y no tenían interés en atentar contra el régimen ni contra los territorios chinos, salvo pequeñas excepciones como la isla de Hong Kong.

3.      Los rusos estaban muy al norte y podrían entretenerse todavía varios años avanzando hacia el Océano Pacífico, por territorio que no era chino. En el peor de los casos, no tenían interés en atentar contra el régimen y en caso de necesidad, podrían quedar satisfechos con avances territoriales en Manchuria, al noreste de China.

4.      Japón estaba más cerca, pero con un mar de por medio. No había amenaza inmediata contra el régimen chino, y el avance natural sería hacia Corea. Podría volverse agresivo contra el régimen chino.

Acciones posibles con los extranjeros:

1.      Darles largas a todos con todos sus asuntos.

2.      Entender que en épocas difíciles hay que sacrificar algo; siendo China era muy grande, podía darse ese lujo. Los peones que podrían perder así serían Manchuria (muy al norte, poco habitada) y Corea (que no era parte de China, sino un estado vasallo). Cualquiera de estos dos podría funcionar como buffer y mantener entretenidos a los extranjeros ahí mientras China respiraba y se recuperaba.

3.      Poner a competir (y si se podía incitar una lucha formal, tanto mejor) a los extranjeros entre sí por los favores de China. Los candidatos naturales serían Rusia y Japón, a propósito de Manchuria y Corea.

Problemas internos:

1.      Ignorancia de la corte y del pueblo en general: no entendían lo que estaba sucediendo.

2.      Sector conservador en el gobierno opuesto a cualquier cambio y aferrados a sus pasadas glorias. Estos funcionarios no harían nada concreto para resolver los problemas y aprovecharían cualquier tropiezo que se presentara –de seguridad habría muchos- para intrigar ante el emperador contra los que se atrevían a emprender acciones concretas.

3.      Falta de elementos concretos para contrarrestar o rechazar a los extranjeros. Específicamente, falta de fuerza militar.

4.      Demasiada división y pungas por el poder en la élite dominante.

La situación china estaba como lo describe el chiste en donde los presidentes de México, EEUU, Cuba y Venezuela consiguen audiencia con Dios para plantearle sus problemas y pedirle que los ayude. En sucesión se presentan Obama, Raúl Castro y Hugo Chávez; Dios los escucha y cada vez con mayor aprensión, los regaña, les dice lo que tienen que hacer y les proporciona algo de ayuda. Finalmente llega Felipe Calderón, le cuenta al Creador las miserias de México, Dios lo escucha, y se pone a llorar.

Hombres notables los han en todas partes, pero esos son simples individuos; clases notables de gente no las hay en todas partes. En China, la clase educada de los mandarines entendió que China estaba en situación de debilidad frente a los extranjeros y que no podían propiciar un enfrentamiento directo. Lo importante en este caso es que los mandarines, como clase, entendieron los problemas de China y emprendieron acciones en conjunto para resolver los problemas. A pesar de las grandes diferencias que había entre ellos, de que algunos eran del círculo íntimo de la Emperatriz, conservadora, y otros eran partidarios de hacer reformas, hubo manera de que entre ellos sobreviviera un grupo que pudo identificar los problemas y tomar acciones congruentes para resolverlos.

Lo notable de estos funcionarios es que no se desintegraron ni se vendieron ni traicionaron al país. Lo mismo que los chinos podían agasajar a los embajadores ingleses, éstos podían sobornar a los chinos para que les aceleraran los trámites, y se dieron muchos casos así. Pero en medio de estos problemas, hubo un grupo que se apegó a su raza y a su país, que siguieron siendo chinos y defendieron sus tradiciones y no permitieron que se derrumbara el país.

El recurso fundamental que utilizaron fue poner a competir a los extranjeros entre sí. Los mandarines tuvieron la inteligencia para ver la debilidad intrínseca de ataque un simultáneo a China por tantos países, y se les ocurrió que en vez de enfrentar ellos mismos a todos o a los más peligrosos, podrían poner a pelear entre sí a los extranjeros. Estos funcionarios entendieron que la codicia es uno de los grandes motivadores humanos, y que es altamente improbable que dos agresores contra un país débil se pongan de acuerdo entre sí para repartirse el pastel; dada esta premisa, los agresores necesitarían un leve empujón para luchar entre ellos, dejando libre al país débil, y en última instancia reduciendo el tamaño del botín que hubieran adquirido si cooperaran entre sí.

Esto es sicología y conocimiento del propio país y de los extranjeros agresores. Así, sin enfrentamientos exitosos con el exterior (los pocos que emprendieron terminaron en fracaso), China cedió algo, entretuvo a los países agresores, y llegó 1914, cuando la Primera Guerra Mundial se llevó los cerebros reptilianos de todos los dirigentes mundiales a otros escenarios; “reptiliano” se usa aquí en el sentido que le da el científico norteamericano Carl Sagan.

 

7-Japón y Rusia.

Los peligros externos más grandes para China eran Japón y Rusia; eran vecinos y eran poderosos, ergo eran peligrosos. Rusia había ido creciendo hacia el Oriente desde los tiempos de Iván el Terrible (siglo XVI) y en los años que relatamos ya estaba llegando al Pacífico. Japón había vivido durante siglos encerrado y aislado, puesto que es un archipiélago. Semejante al caso chino, tenía buena homogeneidad racial, veneración por el emperador, a quien se declaraba descendiente de los dioses, existía veneración por los antepasados y también se sentían excepcionales. No dejaron entrar a los extranjeros ni salir a los nacionales hasta que los norteamericanos les impusieron una política de apertura hacia 1854; sin embargo, una vez abierto el panorama, los japoneses se lanzaron con ansia a conocer el resto del mundo y a traer a Japón todo lo que pudiera servirles; su excepcionalismo era más pragmático que el chino. Tuvieron la buena fortuna de contar con el emperador Meiji, que alentó los cambios y el aprendizaje de los extranjeros, y que dotó al país de una constitución. Japón tenía una superficie mucho menor que China, menos población, y por consiguiente menos margen de maniobra para lidiar con los extranjeros; seguramente estas consideraciones fueron parte de lo que se tomó en cuenta para iniciar ese período de reformas.

Las relaciones con China nunca fueron fáciles porque los dos exigían a la otra parte trato de inferiores, y terminaron en un estancamiento. En 1879 Japón analizó que las islas Ryukyu, un archipiélago que va desde el extremo sur de Japón (en aquel momento) hasta Taiwan, estaba más cerca de Japón que de China y se las anexó. China no pudo hacer nada porque tenía siglos de ser un país continental, cuando Japón siempre fue un archipiélago; China descuidó la navegación, y Japón tuvo que estar atento a ella siempre. Parte de la tecnología traída de occidente fue para hacer barcos de guerra, y en 1879 tenía la mejor flota entre los países asiáticos; la decisión de anexarse las islas Ryukyu fue la consecuencia lógica de este pequeño análisis geopolítico.

Japón se dio cuenta de que los occidentales estaban repartiéndose China, quiso entrar a la fiesta, y los problemas estallaron con el pretexto de Corea, una península en medio de China y Japón, que era un territorio vasallo de China; Corea representaba para Japón un avance territorial, que creía necesitar, y para China era un país que podía servir de escudo, puesto que tenía mucho territorio. Ambos países compitieron intrigando en la corte de Seúl, y las hostilidades abiertas eran cuestión de tiempo.

China no tenía manera de defender militarmente a Corea, cuando malamente se defendía a sí misma; Li Hongzhang reflexionó que la receta que era buena para China (invitar a otros extranjeros aparte de los ingleses a hacer negocios en China) podría servir también para Corea, y les sugirió que invitaran a los Estados Unidos, para balancear la presencia japonesa. Los norteamericanos, que tampoco necesitaban muchos pretextos para meter las narices en otras partes del mundo, empezaron a intervenir comercialmente en Corea, y fueron a la postre uno de los factores que salvó a China de perder, conservadoramente, más de 1’000,000 km2 en Manchuria, a manos de los rusos y los japoneses. Li Hongzhang no tenía una bola de cristal para adivinar el futuro, pero tenía ojos para ver mapas y sentido común para analizar lo que podría suceder.

Finalmente, en 1894 estalla la guerra entre Japón y China; el primero estaba preparado y el segundo debatía si la cultura china era superior a todas las demás, y para apoyar su grandeza se habían gastado el dinero de los barcos en reconstruir el Palacio de Verano. China es humillada y envían a Li Hongzhang a sacar las castañas del fuego y tratar de minimizar los daños. No lo consigue, porque el tratado de Shimonoseki impone condiciones onerosas para China: Taiwán se vuelve japonesa, Corea deja de ser tributario de China y se hace independiente (semejante a la independencia que quería EEUU para los países latinoamericanos en el siglo XIX), hay que pagar indemnización de guerra a Japón, China abandona toda pretensión territorial sobre las islas Ryukyu y cede la península de Liadong (al poniente de Corea) a Japón. Li Hongzhang no pudo deshacer en la mesa de negociaciones lo que habían perdido sus militares, pero regresando a China intrigó con Alemania, Francia y Rusia para que presionaran a Japón y quitarle parte de sus logros; como todo país imperialista o colonizador se cree con derecho al monopolio de la ignominia, estos tres países se escandalizaron contra Japón, hicieron presión diplomática y consiguieron que les devolvieran la península de Liadong a los chinos.

Pocos años después, en 1900 estalla la Guerra de los Boxers que provoca la enésima reacción de los occidentales, donde una vez más China es derrotada, humillada y sometida a pérdidas materiales de todo tipo. El gobierno seguía enfrascado en sus luchas internas (como en la actual democracia mexicana: luchas por conseguir el poder, no por lograr un país mejor) y dejando al garete los asuntos importantes. Las perspectivas eran de que los occidentales volvieran una y otra vez sobre China, se la repartieran poco a poco hasta que solamente quedara el recuerdo de las antiguas glorias. Las amenazas en el noroeste por parte de Japón y de Rusia seguían avanzando: ya se había separado Corea de la órbita china, y Rusia se apropió de un pedazo de Manchuria; el porvenir seguro era que Japón y Rusia siguieran presionando para obtener más y más territorio, contra lo que China no podría hacer nada directamente. A menos que sucediera un milagro, China parecía destinada a desaparecer como país.

Pero sucedieron dos milagros. Por parte de los occidentales, tenían bastantes problemas entre ellos y terminaron enfrascados en una gran guerra a partir de 1914 que costó millones de vidas; afortunadamente para China, no tenía nada que ver con ella y le hicieron el favor de pelearse en escenarios lejanos.

El otro milagro fue más bien la tozudez de un hombre. China no podía oponerse a Japón ni a Rusia, juntos o separados; si fuera por cuestión de poder, tarde o temprano se quedarían oficialmente con Manchuria y Corea. Esto requería una condición previa: que hubiera acuerdo entre Japón y Rusia, porque de otra manera competirían entre ellos, los dos fuertes, en vez de convenir la forma de que atacarían al débil, China. El problema es que la codicia humana no tiene límite, y cuando se trata de la codicia de un grupo humano es todavía peor; tanto Japón como Rusia tenían pretensiones sobre Corea y sobre Manchuria, al grado ridículo de que Rusia, que posee algo así como el 20% de los bosques del mundo, se metió en una aventura comercial en Corea… para conseguir madera. Lo sensato (hablando entre rufianes) hubiera sido que los dos se pusieran de acuerdo para repartirse el pastel, le informaran a China que ya no tenía que preocuparse por tal y cual parte de su antigua geografía, y solamente tendrían que impedir que los europeos o EEUU metieran su cuchara y trataran de presionar a Japón y a Rusia, quienes deberían presentar un frente unido en estos casos.

Pero no sucedió así, principalmente por culpa de Rusia. Japón buscó una manera de dialogar con Rusia, pero allá gobernaba Nicolás II, un hombre que todavía creía en la autocracia y en el poder de los zares que solamente respondía a Dios. Si todo fuera cuestión de creencias personales, no habría problemas; desgraciadamente para su país, el zar dejó que aventureros como Bezobrazov se metieran a buscar madera en Corea –la de Siberia estaba demasiado cerca-, corrió al mejor ministro que tenía, Witte, se negó a dialogar con los japoneses, quedó contento cuando vio en el mapa que su país era mucho mayor que Japón e hizo la inferencia de que “una pequeña guerra victoriosa en Oriente” era lo que necesitaba el país para unirse. Se le olvidó que no es lo mismo guerrear a unos pocos kilómetros de sus bases que a una distancia de 10,000 kilómetros, se le olvidó que el Transiberiano no estaba concluido y que era de una sola vía, no tomó en cuenta que la flota japonesa era más moderna que la rusa, ni que la mayor parte de la flota rusa se encontraba en San Peterburgo y que para viajar al terreno de los hostilidades tendría que rodear nada más Europa, Africa y Asia, se embarcó en una guerra absurda en 1904 y fue derrotado con ignominia. Al final ni siquiera Japón ganó gran cosa, porque EEUU los llamó al banquillo de los acusados y deshizo las pretensiones japonesas; si lo desea, puede consultar mi artículo Cómo perder una guerra en la conferencia de paz para saber más detalles de esta historia.

De esta forma se pelearon entre sí sus enemigos y China la pudo librar por unos años más. Li Hongzhang no vivió para conocer esa guerra, pero su influencia dejó sembrada la semilla que permitió que los enemigos de China guerrearan entre sí en vez de atacarla. Nicolás II le siguió haciendo favores a China, porque su apego ciego a la autocracia provocó la Revolución de 1905, mantuvo al país debilitándose cada vez más, apoyándose en los sectores ultraconservadores y negándose a aceptar que el mundo se movía hacia sistemas constitucionalistas, le entró a la Primera Guerra Mundial (después de un intercambio de telegramas amorosos con su primo el Kaiser Guillermo II), perdió la guerra, perdió el trono, perdió la vida fusilado y Rusia transcurrió todavía muchos años más en medio de revoluciones que le impidieron acordarse de aquellos tiempos gloriosos en que quería adueñarse de Manchuria.

Si hay alguien que haya causado un enorme daño a su propio pueblo, es precisamente Nicolás II; el honroso segundo lugar lo ocupa Antonio López de Santa Anna. Nicolás era personalmente de costumbres modestas, padre de familia amoroso y fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa, pero como gobernante fue nefasto. Merecería un monumento en China, como el extranjero que más la ha ayudado.

Para terminar, vemos que tanto China como Rusia vivieron tiempos terribles en los primeros 10 años del siglo XX, con la diferencia de que en un caso la situación se debió principalmente a la torpeza del gobernante, y en el otro caso el país sobrevivió y mejoró, a pesar de sus gobernantes. China tuvo en la clase educada de los mandarines, formados en los estudios de Confucio, un grupo de gentes inteligentes que supieron evaluar la realidad, ver los peligros y las alternativas para China, pusieron en primer lugar los intereses de su país y tuvieron el valor de publicar sus ideas y proponer medidas aunque sabían que los conservadores –y la cúpula imperial- se les opondrían. ¿Por qué China tuvo a esos hombres y Rusia no[1]? Mi conjetura es que se debió a las tradiciones confucianas, que permearon la cultura y la vida chinas durante dos milenios. Ese será el tema del siguiente artículo.


[1] Si usted es mexicano, puede preguntarse por qué México no tiene un grupo de hombres así.