1-Preámbulo humanístico

En 1904 los gobiernos de Rusia y Japón entraron en guerra porque tenían ambiciones en la misma zona, Manchuria y Corea; el pueblo japonés tenía reciente los cambios que convirtieron a su viejo país feudal en una potencia emergente, y apoyaron todos a su emperador; en Rusia algunos aventureros financieros rusos, encabezados por Aleksandr Bezobrazov, convencieron al emperador de que no bastaba con 10 millones de km2 en Siberia, necesitaban también la Manchuria: éstos querían la guerra y el Ministro del Interior, Plehve, decía que “lo que necesita Rusia es una victoria rápida sobre Japón”, pero la mayoría del pueblo no le hallaba sentido a esa guerra y sí encontraba razón en buscar mejores condiciones de vida, leyes más justas y lo que hoy podríamos llamar un Estado de Derecho; los japoneses tenían la guerra a la vuelta de la esquina, y los rusos tenían que atravesar 9000 km, ver en su recorrido bosques y más bosques de terreno sin explotar, para llegar a una guerra en tierras que nunca habían sido rusas. Finalmente, los japoneses estaban estrenando su primera Constitución, y los rusos pelearían contra el Zar, hasta su muerte, por tener una.

Las potencias europeas miraban con recelo esa guerra: secretamente todas querían que ganara Japón, porque estaría ocupando con esta lucha al gigante ruso, y si le ganaban, quedaría humillado y disminuido. La otra potencia, Estados Unidos, estaba estrenándose como país importante en el mundo y lo que quería al principio era que los rusos y los japoneses se entretuvieran peleando tanto como quisieran, se debilitaran mutuamente, y que ninguno ganara: cuando la balanza de la guerra favoreció claramente a los japoneses, el presidente Roosevelt invitó a la Conferencia de Paz; si la guerra hubiera favorecido a los rusos, también hubieran intervenido para detener la aniquilación de Japón. No era más que la política de Balance de Poder que todos los países fuertes han mantenido en la Historia, cuando son fuertes pero no avasalladores, y tienen que convivir con otros países también fuertes.

Y así, los soldados rusos y japoneses fueron peones de sus respectivos emperadores; el Zar Nicolás II se dejó convencer por Bezobrazov y su camarilla de empresarios que querían hacer negocios con el dinero del gobierno y en las tierras que les regalara el emperador; Japón y Rusia pudieron tener su guerra en paz (como decía Fontanarrosa), hasta que Japón tuvo en el suelo a Rusia, y en ese momento el árbitro, el policía del mundo que era Theodore Roosevelt, paró la pelea. Todos los nombres individuales que mencionaré fueron juguetes del destino en este ajedrez mundial; los más nombrados fueron además súbditos fieles de su emperador.

2-La potencia emergente

Japón había vivido durante muchos siglos alejado de los países europeos; su cultura, su idioma, su raza, eran totalmente diferentes. Hacia 1850 tenía un tipo de organización feudal –pequeños reinos donde el soberano es más o menos independiente, siendo ese miniestado más o menos autosuficiente- en donde cada señor feudal rendía la menor sumisión posible al Emperador de Japón. Este estado de cosas se acabó en 1850, cuando el Emperador Meiji inició una serie de cambios para disolver los feudos y el poder que sustentaban en sus samuráis, para organizar el país bajo una autoridad central efectiva, modernizarlo, educarlo, darle una constitución y volverlo un país fuerte; esto se conoce como laRestauración Meiji.  Era un proyecto que para otros países tardó siglos en lograrse, pero que Japón lo consiguió en el breve espacio de 50 años. Los japoneses tienen esa rarísima habilidad de asimilar rápidamente lo mejor de Occidente, adaptarlo a su propio entorno, y aprovecharlo para ponerse al tú por tú con los países grandes; una vez que estuvieron en contacto con los occidentales hacia 1845, asimilaron lo mejor de ellos y en muchos sentidos los superaron.

Japón es una serie de islas que determinaron desde hace siglos una intensa relación entre el país y el mar; fueron pescadores desde siempre, luego comerciantes marítimos, y hacia 1900 empezaban a tener una marina de guerra fuerte. La cercanía con las costas de Rusia, China y Corea hacían que para los japoneses fuera natural pensar en esos lugares como un lugar para comerciar, para establecerse o para conquistar, lo que sucediera primero. En esa época, ni China ni Corea tenían la fortaleza y la cohesión nacional de Japón, así que Japón se convirtió en poco tiempo en la potencia dominante del Extremo Oriente.

Los otros dos países grandes en el Extremo Oriente eran China y Corea, pero en China gobernaba una dinastía que había conocido mejores tiempos, y Corea dividía sus años alternando la influencia de China y de Japón. Hacia 1900 los japoneses tenían la suficiente cohesión interna y fuerza militar como para embarcarse en guerras continentales: ya habían peleado en China y actuaban en plan imperialista en Corea, poniendo y quitando reyes, y si era necesario, matándolos. En otras palabras, los japoneses actuaban como cualquier otro pueblo de la Historia que ha acumulado suficiente poder.

3-Las ambiciones rusas en el Extremo Oriente

Rusia empezó su expansión hacia el Oriente en los tiempos de Iván el Terrible en el siglo XVI, tomando como punto de partida a Moscú, que está relativamente cerca de Polonia. La primera etapa incluyó hasta los Montes Urales, que son una cadena montañosa de sur a norte que es el límite oficial de Europa y Asia. En el curso de 300 años llegaron al Océano Pacífico, y la isla de Sajalin, en ese extremo, fue el límite del crecimiento de Rusia. Sajalin fue durante muchos años disputada entre Rusia y Japón; hacia 1900 era una colonia penitenciaria, que fue visitada por Chejov en un viaje que le inspiró excelentes relatos. Después de la guerra Ruso-Japonesa que ahora vemos, cedieron la parte sur a Japón; sin embargo, al terminar la Segunda Guerra Mundial los soviéticos aprovecharon la derrota de Japón y volvieron a apoderarse de toda la isla, y así llegamos al año actual.

Hacia 1900, como todavía ahora, Rusia tenía territorio de sobra, y no necesitaba los bosques de Corea que ambicionaba Bezobrazov, ya que tenía de sobra madera en Siberia. Sin embargo, lo que sí necesitaba era un puerto en aguas templadas, es decir, un puerto libre de hielo todo el año. La situación geográfica de Rusia hace que toda la costa norte esté prácticamente helada siempre, y que los puertos al occidente, como San Petersburgo, tengan también ese problema frecuentemente. Hacia el sur intentaron durante muchos siglos llegar hasta el Mediterráneo apoderándose de Constantinopla, pero nunca lo consiguieron, y nada más tuvieron (y tienen todavía) puertos en el Mar Negro, como Sevastopol. Por el lado asiático, aunque intentaron abrirse un camino hacia el Mar de Arabia, tampoco lo consiguieron, esta vez por culpa de los ingleses. Y cuando por fin llegaron al Pacífico, el punto alcanzado más meridional, Vladivostok, estaba lleno de hielo seis meses al año, lo que hacía imposible la presencia permanente y operativa de una flota rusa en el Pacífico.

Por lo tanto, buscaron avanzar hacia el sur, es decir, ocupar o rentar o pedir prestado o conquistar (también aquí, lo que sucediera primero) un territorio en Corea o en China que diera al mar templado. El extremo oriental de China es Manchuria, una región bastante amplia, con tierras fértiles y suficiente agua, con clima muy extremoso, con poca población; en su extremo sur está la península de Liadong, con la ciudad de Port Arthur en mar sin hielos. Rusia consiguió en 1898 que los chinos le rentaran Liadong por 25 años, y así consiguió el puerto que le interesaba. Además obtuvieron permiso de los chinos para construir un ferrocarril desde Siberia, directo hacia el sur hasta Port Arthur, atravesando Manchuria. Es decir, Rusia había conseguido de facto lo que pretendía en el Pacífico: un puerto libre de hielos, aunque fuera rentado, comunicado con su propio territorio. Parecía una copia de la anexión norteamericana de Texas y California: primero enviaban emisarios de buena voluntad a asentarse en el lugar, luego aseguraban las vías de comunicación con el territorio principal, y al final, cuando las cosas estuvieran maduras, buscarían algún pretexto para hacer la guerra al país huésped y quedarse en forma definitiva con la región en conflicto.

El panorama para EEUU se simplificó porque nada más tenía que pelear con México, pero el panorama para Rusia era muy diferente: para empezar, estaban los chinos, coreanos y japoneses, que habían llegado primero a esa zona; luego, los países europeos también tenían intereses ahí y no les convendría que el gigante ruso tuviera un puerto en el Pacífico sin hielos, porque eso significaría automáticamente el crecimiento de la Flota Rusa en esa zona. Para terminar estaban los Estados Unidos, que querían ser tan fuertes como las potencias europeas y tenían la misma escuela que ellas. Posiblemente, si Rusia hubiera manejado el asunto por la vía diplomática, si hubiera manifestado menos ambición y no se hubiera peleado por lo que ya le sobraba (madera, en Corea), pudiera haber conservado lo que no tenía (un puerto sin hielos en el Pacífico), pero en mi opinión ganaron la ambición comercial de unos pocos, la inercia expansionista rusa, y la ceguera de los altos dirigentes, que no vieron oportunamente que se estaban metiendo en un avispero.

4-La guerra Ruso-Japonesa, 1904-1905

Japón declaró la guerra a Rusia en febrero de 1904, atacando Port Arthur. A partir de ahí, la guerra consistió en una serie de batallas en donde los soldados rusos y japoneses lucharon heroicamente y muriendo muchos de ellos por sus respectivas patrias, todas favoreciendo a los japoneses. El soldado ruso era noble y sacrificado, pero pésimamente dirigido, ya que el Emperador había designado un duopolio para dirigir esa guerra (dice mi amigo Alfredo Rivas Godoy que una organización en donde no está clara la estructura de poder, no sirve para nada), que por un lado tenía al General Kuropatkin, cuya especialidad era guardar sus fuerzas para después de la guerra, y por otro el General Alekseiev, que debía su puesto a una recomendación del Gran Duque Alejandro, y su habilidad mayor era saber disfrutar la vida. Por el contrario, los japoneses tenían una línea clara de mando, un Estado Mayor que se había preparado para esa guerra desde hacía tiempo, y generales sumamente capaces al frente de las batallas. Japón jugó a su favor con la lejanía de las tropas rusas con respecto a San Petersburgo; aunque mucho menor en todos los órdenes que Rusia, tenía el escenario de guerra a la vuelta de la esquina, y en cambio para los rusos había dos caminos: el ferrocarril transiberiano, que no estaba terminado al inicio de la guerra, y el mar, es decir salir de San Petersburgo, rodear Europa, rodear África, rodear Asia y al fin, si les alcanzaba el combustible, presentar sus barcos en el teatro de la guerra.

Los rusos intentaron ambos caminos, y en ambos los derrotó la distancia. El General Distancia, hermano del General Invierno (que había derrotado a Napoleón y que derrotaría a Hitler) iba a derrotar ahora a los rusos. Lejanos y mal aprovisionados, los soldados y los marinos rusos sufrieron derrota tras derrota: la guerra por tierra los desalojó de Liadong hasta el norte, hasta Manchuria y Siberia; perdieron Port Arthur; la flota rusa, que había viajado 20,000 kilómetros para hacer frente a los japoneses, fue derrotada en Mayo de 1905 en la batalla de Tsushima, que es considerada por los expertos como una obra maestra de guerra naval: el comandante Togo destrozó ahí a la flota rusa, capturó al almirante Rodzhesvensky, herido, y todavía tuvo la oriental cortesía de visitarlo en el hospital.

Militarmente, Rusia estaba vencida. Económicamente, los dos países estaban agotados. Políticamente, Rusia tenía un segundo frente abierto en su propia capital, puesto que los socialistas, izquierdistas y gran parte del pueblo que habían vivido muy mal durante muchos años exigían demandas económicas y legales al Zar, quien no las quería conceder porque consideraba que era Zar por gracia de Dios y que nada más a Él tenía que rendirle cuentas; estalló la Revolución de 1905. Japón había llegado a su límite de resistencia y Rusia tenía la capacidad teórica de echar mano de sus inmensos recursos en tierra y en gente para armar un nuevo ejército; sin embargo, una guerra a distancia con revolución en casa es la peor combinación para cualquier régimen (de hecho, así cayó Nicolás II en 1918), y fue en esas circunstancias que ambos países aceptaron la sugerencia de Roosevelt de detener la guerra y celebrar conversaciones de paz en Portsmouth, Estados Unidos, en Agosto de 1905.

5-Sergei Witte

Algunos consejeros prudentes habían advertido desde el principio al Zar Nicolás II que era innecesaria y riesgosa esa guerra, y uno de ellos fue el Ministro de Economía, Witte, heredado del gobierno anterior bajo Alejandro III, padre de Nicolás II; nunca simpatizó con él, lo fue marginando y terminó por darle un puesto simbólico en el Consejo de Estado. Pero Witte era bien conocido por su eficiencia, su capacidad de trabajo y su lealtad al Estado, y así, después de que el Zar sondeó a diversos personajes para enviarlos a las conversaciones de paz, y obtuvo rechazos para aceptar ese trabajo ingrato – representar al propio país, derrotado militarmente-, le pidió a Witte que se hiciera cargo y providencialmente para Rusia obtuvo un sí. Las instrucciones del Zar eran negociar la paz sin hacer concesiones territoriales a Japón y sin pagar indemnizaciones de guerra; si Japón no aceptaba, seguirían peleando. El Zar todavía creía que podía mantener a Rusia en guerra; la Primera Guerra Mundial y la destrucción de su imperio, unos años después, lo convencieron de que eso era imposible.

Witte había viajado y conocía buena parte del mundo; tenía sus amores, sus desamores y sus ignorancias entre los distintos países, pero filtraba sus sentimientos y al final dejaba prevalecer el interés de Rusia. Estados Unidos era un país del que había leído mucho pero no lo conocía; era una especie de Rusia americana, que había crecido enormemente en un continente menos convulsionado que Eurasia; él sabía que EEUU ya era poderoso y que la distancia lo hacía intocable para los países del Viejo Mundo; él sabía cómo se había formado ese país, su amor por sus instituciones republicanas y liberales, y que era el recién llegado al grupo de Potencias; también sabía que tenía un enorme potencial. En otras palabras, Witte entendía que la celebración de la conferencia de paz en EEUU no era simplemente utilizar un hotel bonito con buenos servicios, sino era aceptar la mediación de los Estados Unidos y la intervención de Roosevelt en la conferencia. Witte no sabía claramente lo que pretendía Roosevelt, pero podía suponer, después de años de tratar a gobernantes, lo que no pretendía: ni el simple deseo humanitario de acabar con una guerra, ni el gusto por servir de residencia a la conferencia.

Witte se preparó diligentemente con lo que ya sabía, y aprendió sobre la marcha lo que ignoraba. Hizo el viaje por barco desde Francia hasta América, acompañado de parte de su comitiva y de muchos periodistas y enviados de distintas naciones europeas a la conferencia. Quizá algún periodista le dijo que en EEUU la opinión pública era muy importante, quizá ya lo sabía; en sus memorias registra este conocimiento, y comenta que desde los días previos al viaje, se dedicó a cultivar la amistad con todos los que iban a la conferencia. Explícitamente lo dice: se dedicó a hacer relaciones públicas con cualquiera que fuera a ir a Portsmouth. Intuía, por ejemplo, que Inglaterra y Francia querían que Rusia perdiera la guerra contra Japón, pero no en forma tal que dejara a Japón como dueño y señor del Extremo Oriente: también Inglaterra y Francia tenían su corazoncito y sus pequeños intereses por aquellos rumbos. Sin haber sido diplomático, Witte asimiló pronto uno de los principios de la diplomacia, que cuando un país no puede controlar las cosas por la fuerza, trata de imponer diplomáticamente un balance de poder para impedir que otro país se imponga de forma decisiva. Es algo así como “si yo no puedo ser el número uno, voy a cuidarme de que nadie sea el número uno”. Witte intuyó que este principio iba a guiar los deseos y las acciones de Europa y los Estados Unidos, y decidió aprovecharlos a su favor.

¿Para qué cultivó a los periodistas? Para que hablaran bien de Rusia, para que difundieran una imagen favorable de Rusia en sus lectores, y para que estos lectores, el público en diferentes países, crearan una fuerza de presión en sus respectivos gobiernos a favor de Rusia, principalmente en los Estados Unidos. Sin los años de experiencia en campo que tenía Metternich en 1815, Witte asimiló en los 10 días que viajó en barco de Francia a EEUU que no importando quién hubiera ganado militarmente, todavía quedaba pendiente la última batalla, la de las negociaciones, y que en esa batalla no iban a pelear nada más los enviados rusos contra los japoneses, sino que era posible que los demás asistentes inclinaran la balanza a uno u otro lado, aunque esos otros asistentes fueran en teoría nada más observadores. ¿Quién era el observador más importante? Theodore Roosevelt, el presidente de EEUU, el que había convocado la reunión y era el anfitrión. Witte lo entendió así, cultivó la relación con él, y ganó en una mesa de madera de 2 metros de ancho por 10 de largo, lo que no pudieron ganar ni su ejército ni su armada.

Witte fue descubriendo a medida que pasaban esos días de Agosto de 1905 que había más grupos de presión en EEUU. Los industriales, los banqueros, y los judíos (muy numerosos y que ya empezaban a obtener puestos importantes). Con respecto a los judíos tenía un problema, puesto que muchos de ellos habían salido casi por la fuerza de Rusia, impulsados por los progroms que había allá y ante los que se hacía de la vista gorda el gobierno zarista. Pero tenía también la ventaja de que estaba casado con una judía, y finalmente capitalizó la ventaja de esa inmensa nostalgia que invade a cualquier ruso, una vez que ha abandonado sus bosques, sus ríos y sus estepas. Haga usted de cuenta que vive con un pequeño grupo de mexicanos allá en Siberia, y de repente llega un enviado mexicano con un cargamento de carnitas a departir con usted y con los otros exiliados: usted no sabe quién es ni qué va a hacer, pero independientemente de lo que quiera el enviado, usted va a simpatizar con él, va a llorar, a cantar México Lindo y Querido, y a beber tequila por la patria ausente. Es decir, usted va a ser un aliado inconsciente del enviado mexicano. Así le hizo Witte: fue directamente a ver a la comunidad judía, les habló en ruso, les dijo que el Zar los mandaba saludar y que todos en sus casas los extrañaban mucho. Witte tenía para ese entonces en su bolsa a los periodistas, los enviados europeos, los industriales y banqueros norteamericanos, y los judíos emigrados de Rusia; nada más le faltaba convencer a Roosevelt.

Su primer encuentro con el presidente no fue favorable, porque Roosevelt todavía pensaba que había que apoyar a Japón. No lo impactó favorablemente, porque el presidente era de esos zorros astutos que sabían esperar, y si ya había esperado año y medio a que esos dos países se agotaran en la guerra, no le iba a costar mucho trabajo esperarse unos días más a que también se agotaran en la mesa de negociaciones. En principio Japón y Rusia querían la paz y estaban dispuestos a llegar a un arreglo, pero diferían en las condiciones. Japón sentía que había ganado la guerra  y por lo tanto tenía derecho a exigir concesiones; al emperador ruso no le importaba haber sido derrotado militarmente, había dado instrucciones expresas de no ceder ningún territorio y no dar indemnización. Esto se hizo claro para ambas partes en los primeros diez días, y la conferencia parecía destinada al fracaso. Si la conferencia fracasaba, habría tres perdedores: Rusia y Japón (nuevamente en guerra), y Theodore Roosevelt, que no habría sido capaz de mediar la paz; lo que decidió la contienda diplomática fue el orgullo del presidente. Witte habló una vez más con Roosevelt, y ahí se acordaron que el mismo Roosevelt había alentado a los japoneses a invadir la isla de Sajalin a principios de 1905, y convinieron en que le dirían a Japón que aceptara media isla porque el Zar ya estaba de acuerdo, y que le dirían al Zar que Japón había aceptado media isla. Roosevelt hizo su parte enviando una carta el 22 de agosto al embajador Kaneko, donde le decía que apreciaba mucho a Japón, que respetaba los logros en la guerra, etc., etc., pero que sus asesores, incluso los favorables a Japón, consideraban que iba a ser muy difícil que Japón obtuviera más concesiones, y por lo tanto, que debían conformarse con media isla de Sajalin.

Los japoneses enfrentaban ahora no a un enemigo, sino a dos: Rusia y EEUU; el Zar se enfrentaba al hecho consumado de que Sajalin ya estaba en manos de los japoneses; los dos cedieron; se firmó la paz.

Witte fue nombrado conde a su regreso a Rusia, los enviados japoneses fueron reconocidos por el Emperador Meiji, y Roosevelt recibió el Premio Nobel de la Paz.

En los dos países que habían guerreado quedó gente opuesta a los acuerdos de Portsmouth; sólo unos pocos entendieron, como Witte, que iniciar una guerra puede ser decisión de los que quieren pelear, pero la paz y sus condiciones pueden ser impuestas por otros países. Él lo entendió así, y jugó con esas reglas a su favor.

jlgs / El Heraldo de Ags. / 6.5.2011


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