Uno de los mitos que los norteamericanos han creado para referirse a sí mismos o a su país es el Destino Manifiesto. La frase fue acuñada en 1840, pero recogió y concentró en dos palabras, como un eslogan poderoso, los sentimientos que albergaban muchos de sus compatriotas, tanto ciudadanos comunes como personas influyentes en la política nacional, que apuntaban todos a un engrandecimiento territorial justificado por las necesidades de su población creciente, y ambicionado por sectores de la población para tener un país más grande y poderoso. Planteado en estos términos, Estados Unidos no es diferente de la mayoría de los países: prácticamente todos quieren un país más grande y poderoso; sin embargo, lo que distingue a EEUU son tres factores: 1) las motivaciones religiosas detrás de este impulso; 2) la amplitud de miras del concepto; 3) el éxito que han tenido en avanzar conforme a esos objetivos, desde que nacieron como país en 1776.

1-Orígenes religiosos.

En 1620 llegó a Plymouth, Massachusetts, el Mayflower, un barco transportando pasajeros ingleses y holandeses que decidieron emigrar a América buscando mejores horizontes; algunos huían de persecuciones religiosas, otros simplemente querían encontrar un mejor lugar para vivir. Su decisión fue espontánea, no fueron enviados por gobierno alguno, e incluía la voluntad de cortar por lo sano con sus lugares de origen; viajaban familias, no eran simples aventureros en búsqueda de riquezas. Llegaron a tierra a mediados de noviembre, y se organizaron para establecerse, ganar protección contra el invierno cercano y contra posibles ataques de los indios locales. Lograron establecerse y sobrevivir, y después de un par de años de experiencia en organización de su colonia, decidieron firmar un documento que es el primer antecedente de la Declaración de Independencia, de la Carta de Derechos y de la Constitución norteamericanas: entre ellos se reconocieron igualdad, libertad, y derecho al voto; también se declararon súbditos de la Corona. El documento es importante porque recogió las ideas que más adelante han sido fundamentales en las leyes, la organización y las creencias fundamentales del pueblo norteamericano. Leemos ahí:

..hacemos los presentes, solemne y mutuamente, en la presencia de Dios y de nosotros mismos, un convenio y nos combinamos juntos en un cuerpo político civil; para nuestro mejor orden, y preservación y avance de los objetivos mencionados; y en virtud de lo cual creamos, constituimos y les damos forma, a tales leyes justas e iguales, y a ordenanzas, actos, constituciones, y oficinas, de tiempo en tiempo, como se muestre más conveniente para el bien general de la colonia; a lo cual prometemos la debida sumisión y obediencia.

Las creencias religiosas de estos peregrinos fueron importantes para determinar la manera en que se organizaron. Los ingleses eran un grupo que quería separarse de la Iglesia Anglicana, y que se llamaban Congregacionales; pertenecen a la secta puritana, e influidos por la manera en que practicaban la religión, formaban núcleos (congregaciones) en donde cada núcleo gobernaba sus asuntos religiosos de manera independiente, sin sumisión a una cabeza visible como la Iglesia de Inglaterra o los católicos. Fue una de las muchas variantes que se crearon dentro de los Protestantes, y el punto importante aquí es que trajeron sus creencias y su convicción de que ese núcleo, por su propio bien, podía y debía organizarse independientemente en todos los órdenes; aunque protestaron su sumisión a la corona inglesa, en todos los demás órdenes fueron independientes e iguales entre sí. A partir de estas premisas, nadie podía tomar decisiones por los demás, por lo tanto la congregación debía reunirse para discutir los asuntos comunes y tomar una decisión común, que en el fondo no es más que un ejercicio de democracia.

La comunidad de Plymouth subsistió, creció, y floreció. El ejemplo de estos peregrinos fue la semilla que creció después en otros muchos grupos que se formaron en el actual territorio de EEUU, a donde llegaban, se organizaban, distribuían la tierra, se ponían a trabajar y a esperar que el crecimiento de su comunidad pudiera más adelante alcanzar el beneficio del reconocimiento de las autoridades en Washington, primero como territorios y al final como estados de la Unión. La insistente creencia en la democracia por parte de los norteamericanos tiene sus orígenes en el Plymouth Compact (núcleo de Plymouth), como se le conoce en la historia.

Las creencias protestantes de los peregrinos influyeron de una manera trascendente en todos los aspectos de su vida, no nada más en su organización política, que es lo que nuestro siglo descreído tiende a resaltar. Ellos creían que estaban replicando la historia del Éxodo, cuando los judíos escaparon de los egipcios para ir a establecerse en la Tierra Prometida, América era la Nueva Canaán. Desarrollaron una teoría de la elección en donde Dios los había elegido a ellos para que fueran su pueblo, como Dios había elegido a los judíos en la antigüedad. Ellos por su parte, habían firmado un convenio (covenant) con Dios, un pacto en el cual se comprometían a honrar esa distinción divina y vivir de acuerdo a Sus preceptos. Para ellos la vida es una cadena de elecciones entre bien y mal, en las que el elegido pude elegir lo que es incorrecto y eventualmente renegar de Dios. Para los protestantes, su religión implicaba un conocimiento de la Biblia, para poder interpretar los eventos diarios en términos de las Escrituras, y para encontrar ahí el camino del mundo, el sentido de la historia y el destino de cada individuo. Una vez averiguado el destino propio, el cristiano tiene la obligación de elegir lo que es bueno, de acuerdo con ese destino señalado. De todos los libros de la Biblia, el más cargado de profecías es el Apocalipsis, que llena de imágenes terribles el destino que Dios tiene preparados para los impíos. Los puritanos vieron entonces la historia como un camino hacia ese final descrito en el Apocalipsis, como una etapa en donde debía prepararse para la batalla final.

Parte de su visión determinista –y también fatalista, para los que no eran elegidos por Dios- consistía en interpretar las coincidencias que podían explicarse por muchos otros medios, como actos providenciales que les allanaban el camino o les señalaban por dónde no había que andar. Por ejemplo, el descubrimiento de América (1492) y la Reforma Protestante (1517) los consideraron eventos coincidentes que abrían un nuevo espacio en la Tierra precisamente para ellos, los protestantes elegidos por Dios. En un principio el Cristianismo se abrió a todos los hombres que quisieran profesar la fe, pero después de que se establecieron reinos cristianos en Europa, se consideró a este continente el hogar de los buenos y el resto de la tierra, territorio de infieles. Tiempo después la iglesia católica monopolizó el mensaje divino, se constituyó en el canal único para comunicarse y hacer las paces con Dios, y concentró el saber y la vida religiosa en los monasterios[1]. El protestantismo rompió ese monopolio y habilitó a los fieles a dirigirse y tratar directamente con Dios, a conocer e interpretar la Biblia, y a crear su propios proyectos, bendecidos por Dios, sin necesidad de intervención de los clérigos.  Esta concepción terminó por incluir al descubrimiento de América, que Dios había permitido providencialmente ser descubierta hacía poco, precisamente como el lugar que había reservado para sus elegidos.

Los puritanos decidieron crear su utopía en el Nuevo Mundo: el lugar final en la Tierra donde vivirían los justos esperando la segunda venida de Jesucristo. Llegados ahí, tocados por la Gracia, no sintieron necesidad ni deseo de convivencia para relacionarse con los infieles, los indios. Seguían las enseñanzas de Calvino: “es deber del hombre de Dios abstenerse de toda familiaridad con los malvados, y no mezclarse con ellos en ninguna relación voluntaria”. Las diferencias observadas entre ellos y los nativos, sus diferentes modos de vida, sus conocimientos más avanzados, fueron interpretados como señales divinas que confirmaban que ellos eran precisamente los elegidos. Cuando los indios, que nunca habían estado expuestos a la viruela, morían a montones por el contagio traído por los europeos, encontraron ahí una señal más del favor divino y de la superioridad de ellos con respecto a los infieles. Uno de sus predicadores, John Winthrop, dijo en esa ocasión: “Dios ha consumido a los nativos con una plaga milagrosa”.

El resultado final de estas actitudes fue la división de América en dos: lo sagrado, donde ellos vivían, sus bienes y el territorio que ocupaban; lo profano, el resto de América.

2-Evolución ideológica

Cuando las condiciones se dieron para que los colonos establecidos en Norteamérica reclamaran su libertad de Inglaterra, lo hicieron por boca de Thomas Jefferson en palabras más que memorables:

Consideramos las siguientes verdades como evidentes, que todos los hombres fueron creados iguales, que fueron dotados por su Creador de ciertos derechos irrenunciables, entre ellos, la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad.

Que para asegurar estos derechos, se instituyen Gobiernos entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados. Que cuando cualquier forma de gobierno se vuelve destructiva para esos fines, es el derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno, basando sus cimientos en tales principios y organizando sus poderes en la forma que les parezca más adecuada para efectos de su seguridad y felicidad. La prudencia, ciertamente, dictará que gobiernos establecidos por mucho tiempo no deberán ser cambiados por causas ligeras o transitorias; y de acuerdo a toda la experiencia mostrada, que la humanidad está más dispuesta a sufrir, cuando los males su tolerables, que para gobernarse ellos mismos aboliendo las formas a las que están acostumbrados. Pero cuando una larga cadena de abusos y usurpaciones, persiguiendo siempre el mismo objeto hace evidente un designio de reducirlos al despotismo absoluto, es su derecho y su deber, derrocar tal gobierno y proveer nuevas garantías para su seguridad futura. 

En estos párrafos introductorios de la Declaración de Independencia, se establecen las bases en que se fundó la sociedad norteamericana: igualdad entre los hombres, derecho para cuidar su vida, su libertad, su felicidad; el poder supremo es el pueblo, que lo delega en el gobierno para actuar en beneficio común. El pueblo puede y debe arrojar un gobierno nocivo. En términos diferentes, podemos rastrear el origen de los pensamientos de Jefferson a la declaración del Núcleo de Plymouth, y ambos documentos nos pueden parecer llenos de ideas obvias, indiscutibles y hasta redundantes hoy, en 2013. Pero en ese momento no eran de ninguna manera obvias, porque todos los países mayores, incluida la Nueva España, estaban gobernados por monarquías que establecían diferencias de clase y de valor entre los hombres, y en mayor o menor grado padecían reyes que proclamaban su derecho divino a gobernar, y una aristocracia ociosa y altanera. Los grupos sociales más avanzados en cuanto a su manera de gobernarse eran las comunidades protestantes e Inglaterra, en donde ya se contemplaba que “ese país de comerciantes” llegaría a acumular un gran poder gracias al empuje de los comerciantes, precisamente, quienes no necesariamente eran nobles, sino un grupo dentro de Inglaterra que empujaba los conceptos modernos de clase media y de avance individual basado en méritos personales, no en la nobleza de cuna.

Efectivamente, es decir de una forma civilizada, sin golpes de estado ni revueltas militares, los norteamericanos resolvieron sobre la forma de gobernarse una vez que consumaron su independencia; este proceso culminó en la creación de su Constitución y de la Carta de Derechos (las primeras diez Enmiendas a la Constitución). Pero no todo en la vida de un pueblo es gobernarse, y una vez establecido un gobierno que los dejara vivir en paz, se dedicaron a trabajar la tierra, con el celo y la dedicación que habían heredado de sus antepasados. Como si ellos representaran la mejor prueba del refrán popular “ayúdate, que Dios te ayudará”, también la suerte los ayudó, porque Norteamérica era inmensa y les ofrecía en forma mayor a la que podían poseer, tierra fértil, plana, con ríos abundantes. El contraste entre Europa y América era enorme: allá, tierra escasa y acaparada por la nobleza; acá, buena tierra, en abundancia, en donde cualquier con deseos de trabajar podría tener una parcela de muchas hectáreas y hacerla producir. La voz se corrió a los amigos y familiares que habían dejado en Europa, y empezaron a llegar a América oleadas de inmigrantes a esa tierra de oportunidades. En lo personal me gusta el término “tierra de oportunidades” más que el de “tierra prometida”, porque el primero tiene la connotación sicológica de aprovechar, mediante el trabajo, las ventajas de la nueva tierra, mientras que el segundo, desde aquella expresión bíblica de “la tierra donde mana leche y miel” (Éxodo, 3-8), invita más a simplemente disfrutar esa tierra.[2] Las Trece Colonias originales crecieron, cubrieron toda la costa del Atlántico, desde la frontera con Canadá hasta los límites de Florida. Se fue formando una masa humana que empujaba las fronteras de Estados Unidos a crecer, pero no porque los gobernantes quisieran ser más poderosos, sino porque los colonos establecidos en las regiones fronterizas reclamaban más tierra como propiedad de los Estados Unidos. La geografía los favorecía, ofreciendo tierras cultivables en abundancia, pero los norteamericanos pusieron su parte y aprovecharon las oportunidades. En mi opinión, este es el hecho más notable del crecimiento de EEUU: fue empujado por los ciudadanos, no por las autoridades. La conquista de América por los españoles fue una empresa financiada por la Corona; el Zar ofrecía privilegios y tierras en Siberia a los nobles para que se animaran a colonizarla, y sin embargo, Siberia no fue para los rusos la “tierra de oportunidades” que era el lejano Oeste para los norteamericanos: todavía en la época soviética se hablaba de Siberia en términos casi equivalentes a un destierro.

Los gobernantes norteamericanos también supieron aprovechar las oportunidades. Primero compraron la Luisiana Francesa en 1803, un territorio enorme que cubría el Valle del Mississippi, lugar que casi podría decirse que “manaba leche y miel”, nada más faltaba la mano del hombre que lo hiciera producir. La compraron a Francia en US$15 millones, algo que ya he calificado como el mejor negocio de la Historia. Después, en 1817, compraron Florida a España,  bajo coerción militar, pero España se rindió a la imposibilidad de defender una colonia lejana y se embolsó US$5 millones que nadie sabe para qué sirvieron, al contrario que Florida, que los norteamericanos han aprovechado, y en donde inclusive crearon playas donde antes había pantanos, con arena traída desde México.

Más allá del Mississippi, estaba Texas. En 1820 era parte de la Nueva España, gracias al Tratado Adams-Onís que EEUU firmó con España y que fijó el límite oriental de Texas en el Río Sabino, que actualmente es la línea divisoria entre los estados de Texas y Louisiana. La parte oriental de Texas, plana, amplísima y con abundantes ríos, estaba prácticamente abandonada por la Nueva España y luego por México, y cuando la marea humana de colonizadores norteamericanos llegó al Río Sabino, vieron esa tierra abandonada, cruzaron el río y empezaron a establecerse en Texas. Negociaron un permiso con las autoridades mexicanas para establecerse ahí, con el compromiso de que respetarían las leyes mexicanas, se harían católicos y no tendrían esclavos, compromisos que los norteamericanos firmaron con gusto y aún con mayor placer los violaron. Las autoridades mexicanas estaban lejanas, debilitadas por luchas internas y el control que podían ejercer sobre Texas era prácticamente cero; el contrapeso que podían ejercer los mexicanos a la oleada de colonos norteamericanos estaba debilitado por una proporción de 1 a 20, de tal forma que cuando Santa Anna quiso ser héroe y arrojar a los norteamericanos por la fuerza y sufrió la derrota ignominiosa de San Jacinto (21 de abril de 1836) por quedarse retozando con una amante, Texas terminó de perderse. Poco tiempo antes habían proclamado su independencia (2 de marzo de 1836), y la ratificación de esa declaración estuvo a cargo de Santa Anna, al perder esa batalla.

Las experiencias favorables de sesenta años de independencia, de hecho una cadena continua de éxitos en su organización social, en la incorporación de nuevos territorios a la Unión, en luchas contra otros países, y en bienestar para la mayoría de la población, se fueron convirtiendo poco a poco en una convicción generalizada de que Estados Unidos era el mejor país del mundo, poblado por los mejores hombres, con las mejores instituciones, y estos pensamientos de superioridad se referían tanto a los demás países como a otros pueblos y razas, especialmente a los “indios salvajes” de Norteamérica y a los mexicanos.

Un periodista sureño, John L. Sullivan, publicó en 1843 un artículo llamado “Anexión” y ahí utilizó por primera vez la expresión “Destino Manifiesto”[3]. El escrito es un panfleto publicitario donde expresa alabanza a Estados Unidos y su gente, se expresa en términos peyorativos de los mexicanos y de su gobierno, declara que Texas fue colonizada pacíficamente por gente de raza blanca, quienes después reclamaron su independencia de México, y que el paso natural era aceptar su anexión dentro de la Unión, como los texanos lo habían solicitado. Hace énfasis en que los medios que habían utilizado los norteamericanos para adueñarse de Texas fueron pacíficos, y que por las mismas razones y con el mismo procedimiento de colonización deberían adueñarse del Territorio de Oregón, lo que actualmente cubre los estados de Portland y Washington, y la provincia canadiense de  Columbia Británica.

Dentro del su artículo, Sullivan habla de todo el territorio de Norteamérica como algo que la Providencia tenía destinado para ellos, y que su deber era avanzar en la colonización, adueñarse de esas tierras y establecer en ellas el reino de la igualdad, libertad y democracia. Este es el sentido más generalizado de la expresión “destino manifiesto”, que ciertamente estaba en la mente de los colonos que se lanzaban en sus carretas al Oeste. Una vez que se fijaron los límites del territorio continental de EEUU, el sentido original del Destino Manifiesto perdió su vigencia y mucho de su valor, pero con los años se había ido transformando y además no fue una idea novedosa lo que proclamó Sullivan, sino el sentir generalizado de los habitantes del Sur.

3-Dos caras de la moneda

Dice el historiador Frederick Merck:[4]

La doctrina del Destino Manifiesto, que en los 1840’s parecía haber ido enviada por los cielos, demostró haber sido una bomba envuelta en idealismo. La explosión que ayudó a crear pareció arruinar inclusive la luz del faro de la Misión, que Norteamérica había estado irguiendo en lo alto frente al mundo.

Hay consenso entre los historiadores en señalar que el objetivo concreto planteado por Sullivan, extender EEUU a todo el territorio de América del Norte, es un caso particular de una creencia más amplia, extendida a grandes capas de la población norteamericana, que es lo que actualmente se conoce como Destino Manifiesto:

  1. Las virtudes del pueblo norteamericano y de sus instituciones.
  2. La misión de extender esas instituciones a otros pueblos, concretamente libertad, igualdad, y democracia; de esta manera los demás pueblos se beneficiarían de sabiduría política de Norteamérica.
  3. El destino divino de Norteamérica a realizar esas obras.

Puesta en esos términos, la doctrina puede verse como una pretensión jactanciosa e ingenua de Norteamérica, sentirse mejor que el resto del mundo y además con la obligación de volver al resto del mundo a su imagen y semejanza. El problema fueron los métodos utilizados para extender ese “imperio de Libertad”, y las contradicciones internas a la sociedad norteamericana, que hicieron que muchas personas dentro de ella cuestionaran la validez de estos principios, que los extranjeros los miraran con recelo, y que algunos países resintieran las acciones benéficas emprendidas en nombre de esa misión.

El primer asunto es que aun tratándose de blancos emigrados de Inglaterra, Holanda y Alemania, la sociedad norteamericana no era completamente homogénea: había granjeros que simplemente querían cultivar la tierra, vivir en paz y progresar, estaban los esclavistas del Sur, el industrial y el banquero del Norte, y todos los obreros que empezaron a emigrar desde Irlanda, para quienes la frontera era algo lejano e ignoto, con respecto a la cual no tenían ni ilusiones ni ideas fijas. El problema más fuerte era el esclavismo, porque a pesar de las palabras pomposas de igualdad en la Declaración de Independencia, desde su creación los Estados Unidos habían aceptado la existencia de la esclavitud. Todas las declaraciones sobre igualdad y libertad contenidas en las leyes se convierten en palabrería, una vez aceptada la esclavitud. La comunidad de hombres virtuosos que los peregrinos puritanos querían establecer en el Nuevo Mundo no podía ser tan virtuosa, una vez que se violaba el segundo mandamiento evangélico “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Juan 13-34). A pesar de lo obvio de ese mandato evangélico y de la propia Declaración de Independencia, el muy católico Presidente de la Suprema Corte, el juez Roger B. Taney encontró argumentos religiosos en 1857 para justificar la esclavitud en un caso que se hizo famoso, Dred Scott vs. Sanford[5], que llegó a la Suprema Corte, donde el Presidente escribió una opinión favorable a la esclavitud. El tema dividió a los Estados Unidos entre el Norte industrial y financiero y el Sur esclavista, quienes daban toda suerte de argumentos legaloides, científicos, sociológicos y religiosos para justificar la explotación de sus esclavos. Los norteños no eran necesariamente virtuosos (¿cuál banquero podría decir que es virtuoso?) porque tenían interés en promover sus productos y servicios y aventajar a los sureños, ganando fuerza económica y por consecuencia, influencia en el Congreso. El conflicto se fue haciendo más agudo hasta que estalló en la Guerra de Secesión (1862-1865), la única guerra interna que ha devastado a Norteamérica; al final ganó el Norte, no se persiguió a nadie en el Sur, y se proclamó la XIIIa  Enmienda, que prohíbe la esclavitud.

El asunto de la esclavitud tuvo que ver con dilatar la aceptación de Texas dentro de la Unión, porque los del Norte no querían añadir un estado esclavista, y también con la falta de ratificación en el Senado del Tratado Maclane-Ocampo, que daba a EEUU libre paso por tres partes del territorio mexicano.[6] Además de las consecuencias directas en la marcha de la historia, representó una muestra de la actitud de desprecio del hombre blanco por el negro, de la superioridad (justificada en muchos documentos) de ellos sobre otras razas, en donde incluían a la población mestiza y a los indígenas mexicanos.

De esta manera, lo que en algunos casos, como el Núcleo de Plymouth, pudo representar efectivamente una comunidad de hombres virtuosos, cuyo ejemplo valía la pena de extender e imitar, se convirtió a nivel de país en una sociedad que quería crecer, hacerse de más territorio, volverse más rica, y los medios no tenían mucha importancia. Por ejemplo, con respecto al crecimiento territorial, el paladín de la libertad y la igualdad, Thomas Jefferson, escribía a James Monroe en 1823:

Pero tenemos que preguntarnos una cuestión. ¿Deseamos adquirir para nuestra confederación una o más de las provincias españolas? Yo confieso honestamente, que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de Estados. 

En esa carta, Jefferson ignora totalmente la opinión de los cubanos, como si el hombre blanco fuera tan superior que no fuera necesario tomar en cuenta lo que pensaban otras razas acerca de formar parte de Norteamérica; no es gran sorpresa, porque él mismo, quien había escrito las palabras sagradas “todos los hombres fueron creados iguales”, poseía esclavos en su plantación de Virginia. La expresión “América para los americanos” es deliberadamente ambigua en inglés, puesto que American puede significar norteamericano o habitante del continente americano, pero las acciones de EEUU la despojan de esa ambigüedad, quedando sola la intención de dejar al continente como su coto de caza privado. En 1898 iniciaron una guerra contra España con el pretexto de la mala administración que estaba ejerciendo España sobre su colonia cubana, y al terminar con la derrota española entregaron Cuba para la administración norteamericana, y poco después se declaró su independencia. Pero aprovechando el viaje, los Estados Unidos consiguieron en condiciones de colonia a Puerto Rico, que hasta la fecha es parte de ese país. Poco después de esto, el presidente Theodore Roosevelt proclamó a Estados Unidos como el policía de América, al expresar que EEUU podía intervenir en cualquier país del continente si veía algo malo ahí, otra vez, sin tomar en cuenta si los otros países querían o no querían su intervención. Cuando los colombianos no quisieron negociar los términos del Canal de Panamá en las condiciones que querían los norteamericanos, éstos generaron los conflictos necesarios para separar a Panamá de Colombia y crear un nuevo país.

La última muestra de lo que quedó de aquella comunidad de hombres virtuosos que llegó en el Mayflower son las Cláusulas Insulares que afectan a la población de Puerto Rico. En 1901, el señor Samuel Downes, importaba naranjas desde Puerto Rico al territorio continental, vía New York desde hacía años. Cuando Puerto Rico fue cedido a los Estados Unidos, le siguieron cobrando el impuesto de importación a los productos extranjeros, y Downes demandó al inspector de aduanas George R. Bidwell para que le devolviera los impuestos pagados desde que Puerto Rico era norteamericano. El caso llegó a la Suprema Corte, y en otra pifia legal ganó por 5-4 la opinión de que Downes no tenía razón, porque los territorios podrían gozar de la protección completa de la Constitución solamente cuando el Congreso los hubiera aceptado como “parte integral” del país. En términos menos legalistas, esto significa que Estados Unidos puede poseer colonias y restringir los derechos de sus habitantes, es decir, Estados Unidos se volvió un país colonialista 125 años después de que dejara de ser colonia de Gran Bretaña.

En el siglo XX inventaron un nuevo concepto (¡se lo atribuyen a Stalin!) que no es más que el mismo Destino Manifiesto con nuevos ropaje; se llama Excepcionalismo Americano: básicamente, que son una sociedad única en el mundo por sus principios de libertad, igualdad, individualismo, democracia, republicanismo, que juntos proporcionan las mejores condiciones para el desarrollo económico basado en la antigua fórmula de laissez-faire (liberalismo económico, que consisten en dejar-hacer a los negocios lo que quieran, basados en la premisa de que el mercado tiene  reglas inherentes que regulan cualquier problema). Hasta ahí, sería un asunto interno, es decir, los Estados Unidos quieren manejarse internamente por esas reglas, es su decisión. El primer problema es que la acción de cualquier país repercute en consecuencias para los vecinos y en ocasiones para el resto del mundo, principalmente los países grandes, por ejemplo la falta de regulación a la banca norteamericana, que desembocó en la crisis financiera de 2008.  El segundo problema es que los norteamericanos quieren exportar su forma de democracia a todos lados, independientemente de los deseos y necesidades de otros países, como el caso de Irak. El tercer problema es que escondida detrás de esas intenciones nobles, se encuentra la codicia de los grandes industriales norteamericanos, en donde juntos los fabricantes de armas y los petroleros, organizan guerras para apropiarse de los yacimientos de otros países, como Kuwait e Irak, y para generar un mayor gasto en armas. El cuarto problema es que Estados Unidos es el país más corrupto del mundo, medido en consumo de drogas, puesto que es el primer consumidor mundial. No únicamente eso, sino que todas las acciones que su gobierno emprende para cubrir las apariencias de que combate a las drogas domésticamente, y las exigencias que el tráfico de drogas impone a los demás países para armarse y combatir el tráfico, y las armas de los mismos carteles, son un negocio para el fabricante de armas número uno del mundo, al que en este momento ya no hay necesidad de llamar por su nombre. En resumen, aquella comunidad de hombres virtuosos de Plymouth no tiene descendientes (virtuosos) en este momento.

Los norteamericanos guardan ahora un perfil bajo con respecto al Destino Manifiesto, y el concepto ha sido relegado entre ellos a artículo de museo y objeto de estudio. Sin embargo, en el resto del mundo, donde se resiente la influencia “benéfica” de los Estados Unidos, y sus esfuerzos desinteresados por imponer el imperio de la libertad y la democracia en todas partes, como en Irak, el Destino Manifiesto sigue vigente y es una manifestación más de fuerza por parte de un país arrogante y poderoso.


[1] Los monasterios preservaron el saber, no con una intención de monopolio. Había monjes que dedicaban su vida a copiar libros, porque era la única manera de hacer libros. Con la invención de la imprenta móvil (Gutenberg, 1455) se pudieron imprimir libros en serie, y Lutero aprovechó la oportunidad para traducir la Biblia al alemán y difundirla entre la población. Sin embargo, los protestantes pueden decir que la invención de Gutenberg también es un hecho providencial, para señalar el camino a Sus elegidos.

[2] Los judíos que actualmente habitan Israel han vuelto fértil su tierra semidesértica, no llegaron simplemente a disfrutarla.

[3] La traducción al español está en https://jlgs.com.mx/traducciones/de-ingles/destino-manifiesto-john-osullivan-1845/.

[4] Manifest Destiny and Mission in American History, Knopff, New York 1963, pág. 214.

[5] https://jlgs.com.mx/articulos/historia/mexico-y-eeuu/esclavitud-en-eeuu-un-caso-juridico/

[6] https://jlgs.com.mx/articulos/historia/mexico-y-eeuu/tratado-mclane-ocampo/

Comentarios

Destino Manifiesto — 1 comentario

  1. En realidad es un documento muy ilustrativo, de fácil y comprensible lectura. Muy directo en el manejo de su prosa. Deja margen para que el lector emita su propio juicio. Bien llevado en su escritura y pasajes históricos.

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